miércoles, 20 de junio de 2012

TODA UNA VIDA





TODA UNA VIDA




Elena no fue una niña afortunada, veía como día sí y día también, sus compañeros de cuarto dejaban sus camas para irse a vivir con sus nuevos padres. Y como aquellas camas volvían a tener otros ocupantes, y que pasado cierto tiempo estarían libres de nuevo.


No sentía envidia, porque había encontrado su lugar en el orfanato, ya tenía doce años y podía ocuparse de los más pequeños. Y le gustaba hacerlo,  lo que sentía era una gran tristeza por tener que dejar marchar a muchos de aquellos niños a los que había mimado, acunado y querido.


Le gustaban las manualidades, y cuando las monjas le daban unos carretes de hilos de colores, hacía pulseras. Y decidió que cada vez que uno de sus pequeños amores se fuera a una nueva casa, le pondría una de esas pulseras y una pequeña nota bajo la ropa. En ella decía a la familia de acogida que guardaran aquella pulsera para que cuando creciera supiera que hubo alguien que le quiso cuando no tenía a nadie.


E imaginó, que quizá con el tiempo, podría encontrarles y descubrir que todo había salido bien. No era capaz de imaginar que les pudiera pasar nada malo a ninguno de ellos.


Pero los años pasaron, y cumplió los dieciocho, la edad en la que debía abandonar el orfanato. Fue un día triste, dejó pulseras y notas a todos sus niños. Con gran pesar y una pequeña bolsa cruzó la puerta para enfrentarse a su nueva vida. Las monjas habían logrado encontrarle un trabajo como sirvienta interna en una casa donde habitaba una pareja de octogenarios.


Allí trabajo durante quince años, hasta que ambos fallecieron. Pero su dedicación a ellos fue tal, que al no tener descendientes la  hicieron única beneficiaria en su testamento. De este modo se encontró con 33 años siendo propietaria de una casa y con una pensión, lo suficientemente buena, como para dedicarse a hacer lo que realmente le gustaba. Estudió  y se hizo Asistente Social. Poco después de terminar aprobó las oposiciones y solicitó trabajar en un orfanato.  Así pasaron los años, y continuó  haciendo lo mismo con sus pequeños, les hacía la pulsera y les entregaba la nota a los padres adoptivos.


Al cumplir los 65 años, la obligaron a jubilarse. Fue el segundo peor día de su vida, se sentía tan triste  que era incapaz de abrir por última vez la puerta de su despacho y salir para no volver. Miraba su despacho con lágrimas en los ojos, contemplaba las fotos de todos y cada uno de los niños a los que quiso mientras estuvieron con ella y el corazón se le encogía cada vez más.



Al final,  con gran pesar y cabizbaja abrió la puerta,  notó un gran silencio, levantó su mirada del suelo y vio  un numeroso grupo de personas que la estaban mirando.

Atónita preguntó que qué era lo que deseaban. Y entonces, todos a la vez, mostraron sus muñecas adornadas con pulseras de hilos de color.


martes, 19 de junio de 2012

Mi Plumier




MI PLUMIER

 Recuerdo, como si fuera hoy, el día  que mis padres me regalaron un plumier. Era de madera, con unos pequeños grabados de flores en la parte superior pintados en blanco y verde. Además estaba barnizado, lo que le daba un aspecto brillante. Se abría girando lentamente la mitad superior  hacia un lado dejando ver los dos espacios donde poder guardar mis lápices de colores, mi lápiz para escribir, la goma de borrar de Mylan y el sacapuntas metálico, y al hacerlo podía apreciar el olor a madera.
  Fue el regalo de mi quinto cumpleaños, el 18 de agosto de 19…  (No pienso deciros mi edad). Esperar dos semanas para poder enseñárselo a mis compañeras de curso se me hizo eterno, los días parecían pasar lentamente e incluso tuve la sensación que, de tanto mirar el plumier perdiera el brillo.  Me imaginé sentada en mi pupitre, abriendo mi cartera y colocándole sobre la mesa, era capaz de sentir la envidia que más de una me tendría, sobre todo Rosita, ella siempre conseguía cualquier cosa de sus padres y sabía que al día siguiente de verlo, tendría otro muy parecido al mío, pero no me importaba, sonreía, al fin y al cabo yo sería la primera. Me veía rodeada de mis amigas admirando mi gran tesoro y me sentía tremendamente feliz.
  Lo que no pude imaginar, fue que ese regalo traía consigo la primera gran pérdida de mi vida. Me habían cambiado de Colegio, y ni siquiera me dieron la oportunidad de despedirme de mis amigas.
   El primer día de clase en el nuevo centro, no llevé mi plumier, lo dejé en casa, fue un acto de rebeldía, una forma de protestar por no haberme dicho nada. En él puse mis lapiceros de colores favoritos, el último lápiz que use en el otro colegio, la goma de borrar desgastada y el sacapuntas metálico. Y cada tarde, al llegar a casa, abría el cajón de la cómoda donde lo había guardado y lo sacaba, le admiraba con cierta tristeza y volvía a guardarlo.
  Un día, la profesora de lengua nos pidió una redacción, no nos puso tema, dijo que cada uno podía escribir sobre aquello que más le gustara. Llegué a casa pensando sobre qué podía escribir, y cuando abrí el cajón de la cómoda supe que debía hablar de mi plumier.
  No recuerdo muy bien el contenido de mi pequeña redacción, pero sí que mi profesora me preguntó si ese plumier existía. Y que si así era, debía guardar en él mi mejor lápiz, mi mejor bolígrafo o mi mejor pluma, pues gracias a él se había descubierto a una pequeña escritora.
   He guardado el plumier durante años, y he obedecido a mi profesora, pues en él guardo mi mejor pluma, mis lápices de colores, el último lápiz que usé en mi primer colegio, una goma de borrar desgastada y un sacapuntas metálico.  Y junto a él, hay un montón de historias, cuentos, poemas y pensamientos que aún nadie ha leído.  Posiblemente algún día alguien abra el cajón y los encuentre, sólo espero que disfrute con su lectura.

miércoles, 13 de junio de 2012

MUJERES!!!


 ¡MUJERES!    

       Carla se encontraba de pie en medio del salón, la luz que entraba desde la ventana iluminaba su camisa haciéndola parecer aún más blanca. Su mirada se dirigía a la mesa del ordenador, éste se encontraba cerrado, esperando su apertura, pero a ella sólo consiguió torcerle el gesto. Se había levantado contenta, una idea apareció la noche anterior, y no dejaba de rondarle la cabeza, pero aún no tenía muy claro la manera de desarrollarla. 
    Salió del salón en dirección al jardín, el día era radiante, la temperatura excelente y el aire traía una mezcla de flores típica de la primavera en pleno campo. Esperaba encontrar a su vecino Marcos, pero mirando por encima de las adelfas no parecía que se hubiera despertado. Las persianas seguían bajadas a pesar de ser más de las once de la mañana. Esto en Marcos era bastante frecuente, le gustaba más la noche que el día.  Se sentó en la hamaca, cerca de la piscina, y mientras esperaba que despertara su vecino siguió pensando en la idea que la rondaba.
   Al cabo de diez minutos, el calor del sol y ese continuo bullicio en su cabeza la sucumbieron en un dulce sueño. Marcos apareció de repente, estuvo a punto de mandarle hacer puñetas, pero el deseo de estar con él era más fuerte que el sueño.
  Marcos era moreno, alto y delgado con un bigote tipo Clark Gable, pasado de moda, pero que no le sentaba muy mal. Sus dientes blancos inmaculados, sus labios finos (por ello el bigote), unas gafas redondas ocultaban unos bellos ojos verdes y un peinado de niño de colegio con la raya a un lado.
 Carla había intentado cambiar su aspecto en mil ocasiones diferentes, deseaba cortarle el pelo y ponerlo de punta con gomina, afeitar su bigote y buscarle unas  gafas que resaltaran su belleza. Pero todo era inútil, todas las veces que lo había intentado al día siguiente aparecía con su imagen de siempre.
        ¿A que no sabes que me ocurrió ayer?– preguntó Marcos
        A ver dime, ¿ has decidido que hoy te cortarías el bigote?— respondió Carla con sorna
        Ya sabes que lo has intentado muchas veces, pero no pienso hacerlo.  Es casi como la excusa para mantenerte enrabietada más tiempo— respondió Marcos. No, no es eso tonta, ¡Tengo novia!
  Carla se incorporó de la hamaca, sus ojos abiertos como platos miraban incrédula semejante afirmación. No era posible que hubiera conocido a nadie sin estar ella presente. No daba crédito a las palabras de Marcos, pero se contuvo y preguntó con una ligera sonrisa
     ¿De veras? , ¿cuando la has conocido? ¿la conozco?
Por dentro sentía una rabia intensa. Estaba enamorada del hombre que decía haber encontrado otra mujer.
     No te lo vas a creer, se llama Laura, viene conmigo en el metro todos los días. Hace dos meses que hablamos en el trayecto hacia el trabajo.  Hace una semana quedamos para tomar algo y ayer le dije que si quería salir conmigo, así se simple. Dijo que sí.
     ¡Vaya!, pues me alegro Marcos— dijo Carla con una sonrisa un tanto artificial
Perdona he de ir de compras, ¿nos vemos luego?
     Sí, claro. Luego te veo. Ciao Carla.

  Carla fue a su cuarto, recogió el bolso una chaqueta y las llaves del coche. Todos sus planes habían cambiado en unos minutos, pero no estaba dispuesta a que todo acabara como siempre. Esta vez, él no ganaría.
     Compró chocolate, avellanas y nueces.  Hizo una inmensa tarta de chocolate. Sabía que a Marcos el chocolate le encantaba. La excusa era perfecta, había que celebrar que tenía novia.
     Llamó a Marcos, le dijo que le esperaba para merendar, que tenía una sorpresa para él.
     Dos horas después la ambulancia estaba en casa de Carla, Marcos había sufrido una intensa reacción alérgica que le provocó la muerte por asfixia. Pensaron que la causa podría haber sido algún fruto  seco de la tarta. Sólo Carla sabía que Marcos era alérgico a las nueces, ella fue quien le hizo las pruebas en su laboratorio y aún no había emitido el informe, jamás vería la luz.
   No volvería a reincidir, los hombres dejarían de ser su objetivo.  Se centraría en las mujeres, al fin y al cabo fueron ellas  las que consiguieron alejarla de los hombres que había amado.

TAXI!!!!




TAXI!!!




 Reconozco que desde la infancia los coches han ejercido un poder especial sobre mí. La primera vez que subí a uno fue a los diez años aproximadamente. Recuerdo que era un coche negro, de asiento corrido, alto y con un gran espacio para acomodarse. El volante era grande y la palanca de cambio tenía una gran bola negra, muy brillante, que me llamó la atención. Durante el trayecto miraba constantemente al conductor, mi madre intentaba vanamente sujetarme en el asiento. No podía dejar de mirar como movía la palanca de cambio o como se movía la manecilla del velocímetro. No dejé de preguntar al taxista por cada uno de los mandos del vehículo, pese a que mi madre me reprobaba cada dos por tres.   Reconozco que aquel hombre tenía una infinita paciencia.
   Desde aquel día, supe que mi profesión estaría relacionada con el mundo del automóvil. Y así fue. Logré sacarme la licencia para conducir a los 19 años y al año siguiente ya podía conducir todo tipo de vehículos. Conducir y viajar, ¡¿se puede vivir mejor?!
      Mi primer trabajo fue de camionero, trasportaba todo tipo de frutas y verduras un día y al siguiente podía llevar madera o coches. Durante unos diez años fui feliz en la carretera. Pero empezaba a echar de menos tener un lugar donde descansar todos los días o alguien con quien hablar cuando me acostara. Así que, con el dinero que conseguí ahorrar y un préstamos a diez años logré hacerme con una licencia de taxi y un coche en Madrid. Mi vida iba a ser más sedentaria, era consciente, pero al menos no dejaba de conducir.
    Recuerdo perfectamente a mi primer pasajero. Era un señor de unos cincuenta años, con traje gris marengo, zapatos brillantes, sombrero y bastón. Nada más subir le dije cortésmente un “Buenos días caballero”, pero su respuesta fue seca y contundente:
        C/ Mayor 75. He de llegar antes de 10 minutos. Dese prisa.
        Si señor, respondí.
Bajé la bandera e inicié mi camino. Durante el trayecto miraba al pasajero a través del espejo retrovisor. Estaba nervioso, sudaba ligeramente, los brazos cruzados eran señal inequívoca de no querer conversación, pero claro, eso no lo sabía entonces. Quise ser amable y le dije:
        ¡Hace un día estupendo! ¿verdad caballero?
        Quizá para usted, respondió.
Evidentemente tras aquellas tres palabras el viaje fue corto pero en silencio, ni siquiera le pregunté si deseaba escuchar la radio. Al llegar me dio un billete de 100 pesetas y se marchó sin decir nada.
¡Mal empezamos!, me dije, como todos sean así no creo que pueda trabajar mucho tiempo.
  Pero un mal comienzo no es señal de una continuación trágica. Y desde luego puedo aseguraros que no fue así. Han pasado más de treinta y cinco años y  a través de mi espejo  he contemplado el paso del tiempo y conocido a cientos de personas. Creo que soy capaz de identificar claramente a personas deprimidas, tristes, alegres, poco sociables, charlatanas, poco habladoras, intolerantes, sexistas, engreídos…. En fin de todo tipo y condición. 
   En mi coche han subido personalidades importantes, algún concejal, un ministro y una vez hasta el alcalde de Madrid. Pero la mayoría de mis viajeros han sido personas desconocidas, personas que han entablado conmigo conversaciones banales sobre el tiempo, han llorado, reído e incluso nacido entre las puertas de mi taxi.
 Si, si, una vez nació un niño que tenía mucha prisa, tanta que no logré llegar a tiempo a La Paz. Miraba a la mujer que soplaba con fuerza a través del retrovisor y le decía que aguantara que estábamos cerca del hospital, pero ella me devolvía la mirada negando con la cabeza. Y cuando entramos en Plaza Castilla con una voz dulce y sin gritar me dijo:
        Por favor pare el coche y ayúdeme, este niño no quiere llegar al Hospital.
Pedí una ambulancia por radio, indicando donde me encontraba y lo que ocurría.
La miré desencajado, quise decirle que yo no tenía idea de traer niños al mundo, pero su cara y su determinación cerraron mis labios. Paré el coche y  abrí la puerta de atrás. Coloqué la manta que tenía en el maletero  en el asiento y la mujer se tumbó. El bebé a los dos minutos asomaba a la vida.  Menos mal que la ambulancia apareció justo cuando el bebe rompió a llorar y no tuve que cortar el cordón. A veces sacamos ese valor que no creemos poseer.  Y como no podía ser de otro modo, fui su padrino.
   Podría contar mil y una historias de mis viajes en taxi, pero me quedo con esta. Por ser la más entrañable y la que con el paso del tiempo puedo decir que sé que ocurrió con el bebé. Actualmente tiene veinte años y cursa estudios en la Facultad de Medicina. Paradojas del destino, no quiere nacer en un hospital y su vida se verá ligada a uno durante muchos años.

PALABRAS EN EL VIENTO







PALABRAS EN EL VIENTO



No sé si lo que pienso en estos momentos podrá llegarte alguna vez. No puedo escribir en un papel, no puedo hablar contigo, y sin embargo siento la necesidad de decirte tantas cosas…

Me dijeron una vez que, a veces, sólo con pensar fervientemente lo que uno quiere puede convertirse en un deseo realizado. Y aquí estoy, pensando, intentando que “eso” funcione, pues no hay otro medio a mi alcance. Quizá el aire sea el vehículo de mis pensamientos y puedan llegar a ti en una brisa fresca alguna de las mañanas que vienes a verme.

Crees que sólo puedes visitarme allí, y sin embargo yo te persigo todo el día. Y lo hago desde hace mucho tiempo, o al menos eso me parece, porque el tiempo para mí ya no es lo mismo. A veces parece que fue ayer cuando paseábamos por el parque cogidos de la mano y otras tengo la sensación de que ocurrió hace muchos años. Sin embargo, yo sigo viéndote de la misma forma que la primera vez, tus ojos no han sido capaces de engañarme nunca. Tus labios, tus dulces labios, eran miel en los míos, y eso lo echo de menos casi tanto como tus abrazos, como sentir el calor de tu cuerpo en el mío y como escuchar un te quiero mirándome a los ojos.

 Te veo cuando te levantas por la mañana, te sigue costando despertar, paras una y otra vez el despertador. Lo escondes bajo la almohada y sin abrir los ojos paseas la mano por mi lado de la cama. Vas al baño y te miras al espejo, protestas ante el espejo porque tienes ojeras, pero yo no consigo verlas, sigo viéndote tan guapo como siempre. Nunca quisiste desayunar en casa, te gusta desayunar en la cafetería, pero desde hace un tiempo, no sé cuanto la verdad, ya te he dicho que el tiempo para mí ha dejado de ser importante, te quedas en casa. Preparas un café, y te sientas frente al televisor con él en la mano. Y cuando terminas de beberlo, suspiras y comienza mi infierno, porque comienzas a llorar, intento secar tus lágrimas y no puedo tocarlas. Te digo que estoy bien, que estoy contigo, que no quiero verte así. Pero no me escuchas. Te vas a la ducha, eso te calma por unos instantes. Después te vistes y sales de casa para visitarme.
Desde aquél día no has dejado de venir ni un solo día, y aunque te digo que no hace falta que vengas porque estoy contigo, no me escuchas.

¿Que me dirás hoy? Antes de que me hables, escucha al viento, él te dirá que te he amado con pasión todos los días desde que te conocí. Que los momentos que he vivido contigo han sido lo mejor de mi vida, que echo de menos tus besos, tus abrazos, tus monólogos, tus risas. Que he sido dichosa y feliz contigo. Pero que he de irme, no sé donde, pero algo tira de mí hacia algún lugar. Tira de mí cada vez con más fuerza y cada día me cuesta más impedirlo. No quiero irme sin saber que estás bien, sin que sepas todo lo que te he querido, y por ello espero que el viento no me traicione y te haga llegar todos mis pensamientos.

Escucharé atentamente lo que digas hoy.

– Aquí me tienes otra vez cariño. Han pasado tres años desde que me dejaste, y no he dejado de venir a verte desde entonces. Traigo todos los días esta rosa roja de terciopelo, la que más te gusta, para que no olvides que aún te quiero, que sigo echándote de menos cada mañana, cada tarde, cada noche. Hoy será el primer día de mi nueva vida, no porque lo haya decidido yo, sino porque mi psiquiatra me aconseja que he de dejar de venir a verte todos los días. Tengo que rehacer mi vida, y te juro que me cuesta hacerlo, porque te sigo queriendo. Es algo que no quería admitir, pero hoy no sé que he sentido al venir aquí, es como si tú me dijeras que le hiciera caso, como si me pidieras que te dejara marchar, que te liberara para que puedas iniciar tu camino allá donde estás. He sentido que deseas que le haga caso. Posiblemente sea parte de mi locura, o quizá haya encontrado la manera de despedirme de ti. Pero no creas que te olvidaré, jamás podré hacerlo, sólo te dejo marchar, me despido temporalmente de ti. Tú solo tienes que esperarme allá donde te encuentres y no olvidar que eres el amor de mi vida.