lunes, 25 de febrero de 2013

VIAJE NOCTURNO


VIAJE NOCTURNO


                                   


  Había entrado en el metro casi en el momento de cerrar, el andén de su vía estaba vacío y en el de enfrente, un hombre con un sombrero negro la miraba intensamente. Ella sintió un escalofrío al sentir su mirada y se alegró de que aquel individuo no la acompañara en su viaje. El tren inició su entrada en la estación y aquello le hizo olvidar a aquel personaje.
  Cuando entró en el vagón no había nadie, ni siquiera en el vagón siguiente y volvió a sentir un escalofrío. ¡Deja de pensar tonterías! —, pensaba mientras se sentaba, porque no había nada que temer, no había nada ni nadie que pudiera hacerle daño. Así que, abrió su bolso y se colocó los cascos de su MP3 para que la música no le hiciera pensar o imaginar, sólo eran tres estaciones y ya estaba llegando a la primera, quizá subiera algún pasajero. Pero no subió nadie, el andén estaba vacío y el tren inició la marcha de nuevo.
  Se miró en el cristal frente a su asiento, se colocó ese mechón rebelde y sacó el gloss para pintar sus labios mientras canturreaba la canción que sonaba en sus oídos. Y de pronto, sin saber cómo, la pequeña ventana se abrió de golpe con un sonido tan grande que le hizo dar un respingo. Se levantó y cerró la ventana. Volvió a sentarse para tranquilizarse mientras miraba la ventanilla y justo entonces apareció la imagen del señor que había dejado en el andén. Se levantó asustada, pero la imagen desapareció.
  ¡Deja de fantasear!, ahí no puede haber nadie – se decía a sí misma. Y volvió a sentarse, pero esta vez no conseguía que su corazón se calmara, a pesar de que su mente no dejaba de decir que todo eran imaginaciones por miedo.
  Llegó a la segunda estación, un hombre con sombrero negro entró en el vagón siguiente al suyo, se quedó tan tensa que fue incapaz de bajarse del suyo, las puertas se cerraron y el tren inició su marcha.
  No podía dejar de mirar a aquel hombre, tan parecido al que dejó en el andén y al que creyó ver en la ventana. El hombre se acercó a su vagón y miró por la ventana de la puerta. Cruzaron las miradas y ella sintió que su corazón no era capaz de caber en su pecho, la respiración se aceleró y el vello se le erizó.
  Aquel hombre intentó abrir la puerta y ella se levantó inquieta y nerviosa, deseando que la estación llegara antes de que aquel hombre entrara en su vagón. Se alejó lo más que pudo llegando al final de su vagón. El tren inició la entrada en la estación al tiempo que el hombre entró en su vagón. Se acercaba con paso rápido a ella. El tren parecía que no terminaba de pararse, y los pasos de aquel individuo eran más rápidos cada vez. Cuando el tren por fin abrió las puertas ella salió corriendo y cuando miró atrás, no había nadie. 

UN JUEGO


UN JUEGO

               





   Si sale un as, te quitas la blusa.

 —  ¡Y un cuerno!, vamos que no tengo otra cosa que hacer.

    Pero María se queda pensando con los ojos fijos en los de Carlos, calcula las posibilidades reales de que salga un as. Sólo hay cuatro en la baraja, la posibilidad matemática de sacar un as sería de cuatro de cuarenta, o lo que es lo mismo una de diez. Los ojos de Carlos no desvían su mirada de los ojos de María, casi ni pestañea, era como si le estuviera diciendo que aceptara la apuesta. Los segundos pasaban y María seguía pensando.

    Si acepto la apuesta, tendría que pensar que le pediría y lo dice casi a la vez que lo está pensando.

   Si gano te quitas los pantalones.

   Carlos da un respingo en la silla y baraja con soltura las cartas, le pasa el mazo a María y deja que la corte.

   ¿Quién levanta primero?

   Yo, claro, por algo he barajado.

   No, no está claro- responde María con el ceño fruncido. Si tú barajas yo levanto la primera carta.

   ¡Caray María!, que no es así.

   ¿Qué pasa?, ¿has hecho trampa? ¿por eso no quieres que lo haga primero?

   ¡No seas boba!, mira tiramos una moneda al aire y que el azar decida.

   ¡Vale!, pero yo tiro la moneda.

   ¡Ya estamos! mira que eres pelmaza.

   Pero ¿qué mosca te ha picado?, quieres levantar primero la carta, quieres tirar la moneda. ¿Qué problema hay que lo haga yo?

   No hay ningún problema, es que siempre quieres ser tú la primera.

   ¡Ah claro!, yo la primera- responde María irónicamente. Es cierto, yo me levanto la primera y te pongo el desayuno, me ducho la primera porque aún no te has levantado, hago la cama mientras desayunas, saco al perro porque te estás duchando y saco el coche del garaje porque soy la primera en salir de casa. Es cierto siempre soy la primera.

   ¡María por Dios! que estamos jugando, no empieces.

   Dame la moneda.

   ¡Qué pesada!, tira anda.

   Pues no, ahora tiras tú.

   ¡Pero te vas a decidir!

   Es que si tiras la moneda y ganas, yo saco la carta.

   No, si yo gano, yo saco la carta.

   Bueno pero entonces yo barajo.

   Joder María, ¡así no hay forma!

   ¡Oh vamos!, no te enfades. Anda tira la moneda

   ¿Qué te pides?

   Cara

   Carlos tira la moneda y sale cruz. María baraja de nuevo y Carlos levanta la carta, es un dos.

   ¡Quítate los pantalones!— grita María regodeándose y mirándole con emoción mientras no deja de sonreír y frotarse las manos.

   Carlos se levanta y sin pensarlo mucho se quita rápidamente los pantalones. Coge el mazo de cartas y baraja.

   Ahora, levanta tú la carta.

   María mira con recelo la baraja, está convencida que ha hecho trampa, pero no sabe cómo, levanta la carta y:

   ¡Un as!, quítate la blusa pequeña y enséñame lo que hay debajo— dice Carlos con sonrisa maliciosa.

   ¡Has hecho trampa!, lo sé.

    Pero obedece y se quita la blusa muy despacio, una eternidad entre botón y botón.

    Vale, ahora barajo yo— dice María.

   Y baraja sabiendo que ahora la posibilidad de sacar un as es aún menor.

   Carlos levanta la carta:

   ¡Un as! Los pantalones cariño, pero muy despacito por favor.

   María mira atónita la carta, ¿cómo es posible que tenga tanta suerte? Pero obedece, se levanta de la silla, se desabrocha el botón mirando los ojos de su contrincante y lentamente baja la cremallera y coloca los pulgares sobre la cinturilla del pantalón mientras lanza un beso con los labios.

   Carlos se remueve en la silla, hace un amago para levantarse, pero ella le detiene con un leve gesto de mano. Y termina bajando lentamente sus pantalones.

   Me toca barajar a mi nena, ¿tendré suerte?

   No hagas trampas.

   No, sabes que no lo hago.

 María cree que matemáticamente la posibilidad de que salga otro as es remota y está pensando en que prenda hará quitar a su pareja. Levanta lentamente la carta y:

   ¡Ja!, esta es la mía cariño— ríe Carlos muy excitado. Ahora el sujetador, pero despacio, ya sabes, muy despacio.

   María termina por sonreír, se levanta de nuevo, se moja los labios y mira intensamente a Carlos. Baja la hombrera izquierda muy despacio con el dedo índice de la mano derecha y observa, cómo a él, la respiración se le acelera. Con el dedo índice de la mano izquierda baja aún más despacio la hombrera derecha, y él se remueve en su silla sin dejar de mirarla.

    Con ambas manos en la espalda, se gira sobre sí misma, y le mira por encima del hombro derecho, le guiña un ojo y le envía un beso antes de soltar el sujetador, y él se levanta de la silla. Ella deja caer el sujetador en el suelo y se da la vuelta despacio, pero cuando termina  Carlos está frente a ella y se besan atropelladamente. Enredados dan pasos sin mirar hacia la habitación y tras entrar en ella cierran la puerta.

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   ¡¡Mierda!!, ahora que venía lo bueno me cierran la puerta. ¡Para una vez que tengo unos vecinos decentes me dejan con la miel en los labios! Cierro la ventana y me consuela saber que en la mesilla tengo un compañero fiel que me espera sin preguntar.