CONFESIONES
Lo cierto es, que cuando supe en lo que me iba a convertir,
no pude ni imaginar la cantidad de personas que acudirían a mí.
Venían para liberar
sus culpas, despojarse de sus
miedos, solicitar consejo, tener compañía, e incluso, para poder estar a
solas conmigo. Y en todos esos momentos me he sentido
realmente importante, pues cada uno de ellos dejó parte de su alma conmigo.
He de reconocer, que al principio, las personas se acercaban
más, venían con mayor asiduidad, y me sentía feliz de poder ayudar a todos
ellos. Ahora, ya no vienen tanto. Yo no
he cambiado, sigo siendo exactamente igual que el primer día, eso sí, con los
arañazos y roturas que te da el paso del
tiempo.
Me encantaría poder contaros las historias que he logrado
escuchar en todos estos años con los verdaderos protagonistas, pero cómo bien
sabéis, el secreto de confesión me lo impide. Por ello, sólo puedo haceros
llegar parte de algunas de ellas. Todas sería imposible, a la par de tedioso.
Recuerdo el día que
llegué a la Iglesia por primera vez, todas las miradas se posaron sobre mí. Era
evidente que no era de por allí, y eso siempre causa admiración en sitios donde
casi nunca ocurre nada interesante.
Puedo aseguraros, que fui observado desde todas las posiciones, y
finalmente aprobado por los más asiduos a la Iglesia. Tuve mis dudas, pero poco a poco, conociendo
a cada uno de ellos, puedo afirmar que les gustaba mi compañía, les hacía
sentir seguros y reconfortados. Y yo, he de confesar, me sentía importante,
pues me hacían partícipe de sus secretos, sus anhelos, sus más íntimos
pensamientos, así como su arrepentimiento y necesidad del perdón que
solicitaban. Sé que he sido su apoyo cuando me han necesitado, siempre
dispuesto a ofrecerles un rincón de esperanza a sus inquietudes
Se dice que la
primera confesión no se olvida, y es cierto, aún la recuerdo. Fue un joven de
unos veinte años, hablaba con un tono de
voz muy bajo, tanto, que me costó un triunfo poder entenderle. Su pecado no era
grave, al menos eso me pareció, y su penitencia fue leve. ¿Qué puedes decirle a
un joven que se despierta excitado y libera toda su fuerza por pura necesidad?
Posiblemente otro le hubiera recriminado, pero tuvo suerte.
Después de aquella llegaron muchas otras, siendo una de las
más comunes el pecado de la envidia en sus múltiples facetas. Sentir envidia
puede, en algún caso, ser un acicate para esforzarte en conseguir algo. Pero
también puede desencadenar actos más graves, como la muerte de alguien. Y eso,
es lo más grave que he llegado a escuchar.
El resto de pecados variaban entre no acudir a Misa los domingos, decir
palabrotas, tener pensamientos impuros, mentir, pequeños hurtos, pelearse, desobedecer o no cumplir con sus
obligaciones, ser infiel… En fin, bien
sabéis que la lista es larga, cómo en cualquier otro lugar.
He sido apoyo a la
soledad de muchos, y ahora, soy yo quien está solo, necesitado de ayuda y nadie
viene a rescatarme. Y por ello, confieso que siento un gran vacío, siento que
ya no le importo a nadie. Mi tiempo ha terminado, ya no pueden ayudarme, el fuego terminará por devorarme.
Un bombero examina la Iglesia tras el incendio junto al
sacerdote, ambos miran con tristeza al que fue el confesionario, no pudieron salvarlo, pues su madera seca
ardió con facilidad no dejando más que los pequeños herrajes.