RUMORES VECINALES
La campanilla de la tienda de ultramarinos de Don Benito
tintineó, justo en el momento en el que, Don Benito y las hermanas Claudia y
Andrea miraban fijamente la báscula comprobando el peso de los garbanzos. Los tres giraron sus cabezas al unísono para
ver cómo Doña Isabel entraba en la tienda.
Doña Isabel saludó de
mala gana.
— ¡Buenos
días!
— ¡Buenos
días!− respondió con una sonrisa Don Benito- enseguida estoy con usted
Las hermanas se
miraron y asintieron con la cabeza, a la vez que Claudia, guiñaba un ojo a su
hermana, en un gesto de complicidad que Doña Isabel no percibió.
− Don
Benito− dijo Andrea−nosotras no tenemos prisa, si Doña Isabel anda apurada de
tiempo, puede usted atenderla.
Doña Isabel miró a las hermanas y
con una ligera inclinación de la cabeza agradeció el gesto.
Cuando tintineó de nuevo la
campanilla, tras la salida de Doña Isabel de la tienda, las dos hermanas empezaron a cuchichear
− Estoy
segura − dijo Andrea- lo lleva escrito en la cara
− No
sé Claudia, quizá sólo sean rumores− contestó Andrea
− ¿De
qué hablan señoritas? − preguntó Don Benito.
− ¿Es
que no sabe lo que andan diciendo por ahí de Doña Isabel?, es imposible que no
lo sepa − respondió Andrea
− Pues
no, no lo sé − dijo Don Benito− me paso la vida en la tienda y aunque me entero
de muchas cosas, de otras no.
− Pues
verá − dijo Andrea bajando la voz − Hace un mes llegó una carta de Estados
Unidos a nombre de Doña Isabel, me lo comentó el cartero cuando estaba
colocando las cartas en los buzones. Ya sabe, una carta de tan lejos no se
recibe habitualmente, y menos a ella, una mujer soltera que vive sola desde
hace tantos años.
− ¿Y?
− dijo Don Benito − puede ser de algún familiar que viva allí
− ¡Eso
pensamos todos!, pero al día siguiente llegó otra carta de Estados Unidos con
acuse de recibo de un bufete, de cierto renombre al parecer.
− ¡Pues
será una herencia, qué suerte tiene! − rió Don Benito mientras cerraba la bolsa de
los garbanzos.
− Eso
pensamos, ciertamente. Pero…… al día siguiente, se presentó un hombre en su
casa. Muy elegantemente vestido y mucho más joven que ella. Estuvo en su casa
más de tres horas.
− ¿Estuvieron
observando por la mirilla?− preguntó Don Benito incrédulo.
− Bueno
− se sonrojó Andrea − es un hombre muy atractivo. Y sentíamos cierta curiosidad.
En fin, el caso es que ese hombre, desde entonces, no ha dejado de acudir a su
casa todas las tardes. Vamos, que a la vejez viruelas.
− Yo
no creo que Doña Isabel sea ese tipo de mujer− sentenció Don Benito.
− ¡Pues
ya me dirá que hace un hombre yendo a su casa todas las tardes durante más de
tres horas! − contestó Andrea un tanto airada.
− Eso
a usted no creo que le incumba − respondió Don Benito − son veinticinco pesetas
Doña Andrea
− Pues
todo el barrio anda diciendo lo mismo, no crea que somos nosotras las únicas
que pensamos que Doña Isabel tiene un lío − respondió Andrea a la vez que
pagaba su compra − el tiempo nos lo
dirá, pero creo que no andamos equivocadas.
− Así
sea, buenos días señoras − despidió Don
Benito a las hermanas
− Buenos
días −respondieron al unísono mientras salían de la tienda algo enfurruñadas
con el tendero.
Doña Isabel nunca fue
mujer de chismes de portería, y jamás dio explicaciones a nadie de su vida. Por
lo que, el que un hombre joven y elegante visitara su casa todos los días, sin
compañía de nadie, hizo que los rumores fueran en aumento.
Tres meses más tarde,
Doña Isabel preparó sus maletas, y del brazo del caballero salió por el portal. Todas las vecinas la miraron con cierta
envidia y curiosidad, pero ella, con la cabeza bien alta, las ignoró y se
marchó sin decir adiós.
− ¿A
dónde habrá ido Doña Isabel?− preguntó Claudia a Don Benito una tarde.
− Pues
imagino que a vivir a otro sitio − respondió
con sorna el tendero
− ¡Ríase
Don Benito!, pero irse a vivir con un hombre tan joven no está bien − respondió un tanto airada.
− Pues
yo creo que ella no es de su opinión Doña Claudia − dijo el tendero − Parecía
feliz cuando la vi subiendo al coche.
− ¡No
está bien Don Benito!, ¿A dónde iremos a parar? − respondió Andrea mientras se
persignaba.
Lo que las hermanas no supieron nunca, pues Don Benito jamás
se lo dijo, es que Doña Isabel estuvo casada cuando era joven y tuvo un hijo.
Su marido, norteamericano, se divorció y se quedó con la custodia. Ella regresó
a España y esperó durante años a que su hijo creciera y se hiciera mayor de
edad para ponerse en contacto con él.