VIDAS CORRIENTES
Olaf vive en Suecia, es un hombre poco hablador, pero con una educación exquisita. Siempre ha sido la diana de los comentarios de sus vecinos de portal, pues no le conocen amigos ni mujeres. Un solitario que vive en comunidad.
Nadie ha cruzado nunca el umbral de su puerta, aunque muchos lo han intentado con la excusa de la taza de azúcar o un huevo para el rebozado, pero amablemente les dice que esperen un momento y cierra su fuerte. Al momento vuelve a abrirlo y les ofrece lo que le han pedido.
Es evidente que las ganas de conocer cómo vive, de saber cómo es su casa o que hace para entretenerse todos los días es la fuente del cotilleo vecinal. Ni siquiera saben que es lo que come, porque no va al mercado, su compra llega a su casa en paquetes desde un hipermercado que no pertenece al barrio.
Muchos especulaban que era un ex presidiario, otros que era hijo renegado de algún rico que lo había desheredado, otros que sufría mal de amores al ser abandonado por una mujer e incluso hay quien llegó a decir que era un asceta.
Olaf sin embargo no es nada de eso, es solitario pero porque no le gusta que sus vecinos invadan su intimidad, no le agradaría tener que recibir a alguno de forma constante en su casa. Le gusta leer y escribir y por ello necesita tranquilidad. Le gustaría poder vivir en un lugar apartado, más solitario, pero necesita trabajar para poder mantenerse. Trabaja en una oficina y se encarga del correo. Saluda muchas veces al día, pero no tiene un compañero con el que charlar, así que se ha acostumbrado a trabajar en silencio. Hecho que a su vez fomenta su imaginación y le proporciona las ideas para sus novelas. Actualmente lleva publicadas tres, pero nadie sabe que es él, usa un pseudónimo. Ahora escribe una novela que espera llegue a ser un best- seller y pueda lograr, con sus ventas, comprar una pequeña casa en el campo donde dedicarse enteramente a lo que más le gusta, escribir.
Su musa es Svetlana, una mujer menuda y tímida, secretaría de uno de los abogados de su empresa, pero ella no lo sabe, ni siquiera se ve reflejada en la novela que él mismo le regaló por su cumpleaños. ES una mujer dulce, tan poco habladora y tímida como él.
Se conocen desde hace más de quince años, se felicitan en los cumpleaños y Navidades, pero jamás han salido juntos. Más de una vez se han sorprendido mirándose de reojo y ambos han desviado la mirada volviendo a sus quehaceres.
Sin embargo hoy ha sucedido algo. Svetlana se miraba en su espejo de bolsillo. Olaf pensó que quizá quería retocarse el maquillaje, pero pudo comprobar que su expresión al mirarse en él se había entristecido, la conocía demasiado bien. Se acercó a ella, tan sigilosamente que no se enteró que le tenía en su espalda hasta que su imagen se reflejó en el espejo.
Olaf se acercó a su oído y con una voz tenue le dijo:
– - Por muchas arrugas que te veas, yo siempre te miraré como el primer día que te vi.
Svetlana se dio la vuelta, le miró a los ojos y le dijo.
– - El tiempo ha marcado su paso en mi cara, pero si a ti no te importa a mí tampoco.
Se sonrieron y ambos volvieron a sus quehaceres, como todos los días.
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