TAL VEZ
Soy capaz de recodar cada uno de los detalles que envolvieron aquella despedida, y aunque fue hace muchos años tengo la sensación de que puedo percibir el olor de aquella vieja estación de tren.
Recuerdo los adoquines del andén, blancos y grises haciendo figuras geométricas que eran capaces de marearte si los mirabas fijamente. Los bancos de hierro negros con la pintura descascarillada en las zonas de mayor uso y hasta las papeleras llenas no solo de papeles. El enorme reloj suspendido en el centro de la estación marcando las diez menos cinco de la mañana. Y al jefe de estación con su uniforme inmaculado, su gorra bajo el brazo y su silbato anunciando la próxima entrada del tren en la estación.
Y a mí, de pie, al final del andén, con la maleta junto a mis pies esperando. Miré a derecha e izquierda, (instintivamente acabo de repetirlo), pero no estaba. Los árboles, más allá del andén estaban en el apogeo de la primavera, verdes y frondosos con sus hojas moviéndose lentamente con la pequeña brisa matutina que hacía ondear mi flequillo. Sé que en aquel momento cerré los ojos y aspiré profundamente el aroma del aire, quería recordarlo para siempre, no quería olvidarlo.
Antes de abrir los ojos de nuevo, deseé que se encontrara frente a mí, pero no fue así. Lo único que se acercaba era la hora de subir al tren, que en ese preciso momento iniciaba su entrada en la estación.
El traqueteo del tren, el silbato del jefe de estación y el murmullo de la gente me hizo reaccionar y coger mi maleta para subir en él. Cuando se abrió la puerta frente a mí, volví a mirar de nuevo a derecha e izquierda, pero no estaba.
Subí al tren, muy despacio, intentando alargar mi salida del andén y por un momento pensé en no hacerlo, bajar mi maleta y esperar sentada en uno de esos viejos bancos desgastados que viniera a recogerme. Pero mi orgullo herido fue más fuerte que yo y mis pies le obedecieron ciegamente.
Cuando el tren inició su salida, volví a cerrar los ojos y a respirar profundamente para despedirme de todos los años que pasé allí.
Admito que durante años he fabulado con todas la posibilidades que pudieron darse aquella mañana. Que viniera a buscarme casi ahogado por el esfuerzo y me tomara en sus brazos para regresar juntos. Que al intentar llegar a tiempo su coche sufriera un mortal accidente. Que al llegar le dijera que no podía seguir con él a pesar del amor que le profesaba. Que discutíamos durante horas en aquella estación delante de personas que nos juzgaban sin saber. Que me quedaba en la estación y regresaba a casa sin que él supiera aquella aventura que estuve a punto de realizar. Que me quedé allí pero no con él.
Pero lo que realmente pasó fue que cuando el tren inició su marcha me dije:
“Tal vez un día venga buscarme y entonces sabré lo tengo que decirle”
Pero nunca supe nada de él.
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