REGRESO
Tras recorrer un montón de kilómetros y sentirme cansada de conducir,
que el aroma de los boj del jardín inunden mis pulmones al bajar del coche, me
reconforta. Tengo que podarles, pero mejor mañana, hoy tengo mucho que hacer.
Siempre me ha gustado el silencio de nuestra casa, tan apartada, tan
íntima, tan grande y tan pequeña a la vez. Grande, porque me siento segura y me
ha dado miles de momentos inolvidables. Y pequeña, porque sólo tiene una
habitación, un salón, un baño y la cocina.
Al entrar en casa me he dado cuenta de la cantidad de tiempo que llevaba
cerrada. Pero enseguida he abierto las ventanas, para iluminar las habitaciones
con la luz del sol, y que el aire se
impregne de la fragancia de los boj.
No he perdido ni un minuto en quitar las sábanas que cubren los muebles,
pero el polvo me ha hecho estornudar. Si, de esa forma tan escandalosa, y si,
¡he estornudado tres veces! No sé por qué, pero es algo que no puedo evitar,
hasta que no estornudo tres veces no consigo que deje de picarme la nariz,
aunque me suene una y otra vez. Y si no
lo hago tan fuerte, es cómo si no estornudara. Vale, si, no es muy educado, ya
lo sé.
He abierto el armario de nuestro cuarto y aún persiste el perfume a
lavanda del antipolillas. ¡Después de tanto tiempo! No he podido resistir mirar
la marca, es una maravilla que dure tanto. Las sábanas están en sus cajas, sin
polvo y sin olor a humedad. He cogido las de hilo blanco, las más suaves que
tenemos, las que más nos gustan, y he hecho la cama. Tras colocar los pijamas
bajo la almohada, unas velas en el aparador y cerrar la puerta de la habitación
he ido al coche a sacar los víveres de nuestra cena.
Mientras aliño la ensalada y aderezo la carne,
pienso lo mucho que me apetece esa copa de vino que siempre me ofreces mientras
cocino. Y en ese instante todo acude a mi mente con una velocidad vertiginosa,
mi corazón se encoje y me obliga a exhalar un profundo respiro mientras no dejo
de pensar que ¡Ojalá estuvieras aquí!
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