MI PLUMIER
Recuerdo, como si fuera hoy, el día que mis padres me regalaron un plumier. Era
de madera, con unos pequeños grabados de flores en la parte superior pintados
en blanco y verde. Además estaba barnizado, lo que le daba un aspecto
brillante. Se abría girando lentamente la mitad superior hacia un lado dejando ver los dos espacios
donde poder guardar mis lápices de colores, mi lápiz para escribir, la goma de
borrar de Mylan y el sacapuntas metálico, y al hacerlo podía apreciar el olor a
madera.
Fue el regalo de mi quinto cumpleaños, el 18
de agosto de 19… (No pienso deciros mi
edad). Esperar dos semanas para poder enseñárselo a mis compañeras de curso se
me hizo eterno, los días parecían pasar lentamente e incluso tuve la sensación
que, de tanto mirar el plumier perdiera el brillo. Me imaginé sentada en mi pupitre, abriendo mi
cartera y colocándole sobre la mesa, era capaz de sentir la envidia que más de
una me tendría, sobre todo Rosita, ella siempre conseguía cualquier cosa de sus
padres y sabía que al día siguiente de verlo, tendría otro muy parecido al mío,
pero no me importaba, sonreía, al fin y al cabo yo sería la primera. Me veía
rodeada de mis amigas admirando mi gran tesoro y me sentía tremendamente feliz.
Lo que no pude imaginar, fue que ese regalo
traía consigo la primera gran pérdida de mi vida. Me habían cambiado de
Colegio, y ni siquiera me dieron la oportunidad de despedirme de mis amigas.
El primer día de clase en el nuevo centro,
no llevé mi plumier, lo dejé en casa, fue un acto de rebeldía, una forma de
protestar por no haberme dicho nada. En él puse mis lapiceros de colores
favoritos, el último lápiz que use en el otro colegio, la goma de borrar
desgastada y el sacapuntas metálico. Y cada tarde, al llegar a casa, abría el cajón
de la cómoda donde lo había guardado y lo sacaba, le admiraba con cierta
tristeza y volvía a guardarlo.
Un día, la profesora de lengua nos pidió una
redacción, no nos puso tema, dijo que cada uno podía escribir sobre aquello que
más le gustara. Llegué a casa pensando sobre qué podía escribir, y cuando abrí
el cajón de la cómoda supe que debía hablar de mi plumier.
No recuerdo muy bien el contenido de mi pequeña
redacción, pero sí que mi profesora me preguntó si ese plumier existía. Y que
si así era, debía guardar en él mi mejor lápiz, mi mejor bolígrafo o mi mejor
pluma, pues gracias a él se había descubierto a una pequeña escritora.
He guardado el plumier durante años, y he
obedecido a mi profesora, pues en él guardo mi mejor pluma, mis lápices de
colores, el último lápiz que usé en mi primer colegio, una goma de borrar
desgastada y un sacapuntas metálico. Y
junto a él, hay un montón de historias, cuentos, poemas y pensamientos que aún
nadie ha leído. Posiblemente algún día
alguien abra el cajón y los encuentre, sólo espero que disfrute con su lectura.
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