martes, 29 de octubre de 2013

¿Y AHORA QUÉ?


 ¿Y ahora?

   Miraba por la ventana intentando imaginar cómo serían sus días a partir de entonces. Año y medio de paro, no garantizado, posibilidad de que no dejen de ofrecerle trabajos para los que está altamente cualificado pero paupérrimamente pagado o trabajos que no tienen relación con sus capacidades.

 Allí sentado, mirando la calle sin ver, su mente no dejaba de imaginar situaciones irreales que iba desterrando a medida que surgían. Hasta que una de ellas ocupó su tiempo más que el resto, tanto, que hasta se levantó de la silla y se dirigió a su escritorio. Abrió uno tras otro los cajones, revolviendo y buscando de modo automático, hasta que ¡vualá! Apareció su pluma Mont Blanc.

 Aquella pluma fue el artífice de sus mayores logros, no había examen que no hubiera sido escrito con ella en los años de carrera. La miró con cierta nostalgia y abrió el capuchón, parte de la tinta negra que usaba se había quedado seca en el plumín de oro. Desenroscó la parte superior y se dirigió al lavabo para limpiarla cuidadosamente. No daba crédito a pensar que había sido capaz de abandonarla en el escritorio sin haberla limpiado antes. Y cómo una cosa lleva a la otra, (la mente va de por libre), recordó que tras su último examen la dejó en el cajón pendiente de su cuidado, pero no volvió a abrirlo. Llamadas, viajes, amores, trabajo y no tener demasiado tiempo hicieron que olvidara a esa amiga fiel durante años.

 Tardó varios minutos en dejarla cómo nueva y volvió al escritorio para buscar cartuchos de tinta, pero los que encontró estaban secos. Así que, se calzó sus zapatillas y bajó a la papelería con su pluma dispuesto a encontrar los cartuchos que precisaba. Pero el tiempo pasa para todo, y no encontraba cartuchos de repuesto. Su cara ante el dependiente debió ser un poema, tenía la decepción escrita en la frente, y quizá por ello, o porque era así de amable, le indicó la forma de rellenar los cartuchos vacios con tinta de un tintero y una jeringa. Se lo agradeció infinitamente, y tras comprar el tintero y un paquete de folios, se fue a la farmacia a buscar la jeringa. La chica de la farmacia le miró un poco raro, tanto que dijo en voz alta que necesitaba una jeringa para rellenar el cartucho de tinta con el tintero que mostró a la chica.

 Al volver a casa relleno un cartucho con la tinta y comprobó que el plumín seguía en perfectas condiciones, era suave y rápido, la tinta iba manchando el papel, primero brillaba y luego, al secarse, se convertía en mate.


 Con todo dispuesto en el escritorio, la pluma y los folios, se dispuso a escribir la obra que durante años merodeó por su cabeza.


REGRESO




  REGRESO

  Tras recorrer un montón de kilómetros y sentirme cansada de conducir, que el aroma de los boj del jardín inunden mis pulmones al bajar del coche, me reconforta. Tengo que podarles, pero mejor mañana, hoy tengo mucho que hacer.

  Siempre me ha gustado el silencio de nuestra casa, tan apartada, tan íntima, tan grande y tan pequeña a la vez. Grande, porque me siento segura y me ha dado miles de momentos inolvidables. Y pequeña, porque sólo tiene una habitación, un salón, un baño y la cocina.

  Al entrar en casa me he dado cuenta de la cantidad de tiempo que llevaba cerrada. Pero enseguida he abierto las ventanas, para iluminar las habitaciones con la luz del sol, y que el aire se  impregne de la fragancia de los boj.

  No he perdido ni un minuto en quitar las sábanas que cubren los muebles, pero el polvo me ha hecho estornudar. Si, de esa forma tan escandalosa, y si, ¡he estornudado tres veces! No sé por qué, pero es algo que no puedo evitar, hasta que no estornudo tres veces no consigo que deje de picarme la nariz, aunque me suene una y otra vez.  Y si no lo hago tan fuerte, es cómo si no estornudara. Vale, si, no es muy educado, ya lo sé.

  He abierto el armario de nuestro cuarto y aún persiste el perfume a lavanda del antipolillas. ¡Después de tanto tiempo! No he podido resistir mirar la marca, es una maravilla que dure tanto. Las sábanas están en sus cajas, sin polvo y sin olor a humedad. He cogido las de hilo blanco, las más suaves que tenemos, las que más nos gustan, y he hecho la cama. Tras colocar los pijamas bajo la almohada, unas velas en el aparador y cerrar la puerta de la habitación he ido al coche a sacar los víveres de nuestra cena.


 Mientras aliño la ensalada y aderezo la carne, pienso lo mucho que me apetece esa copa de vino que siempre me ofreces mientras cocino. Y en ese instante todo acude a mi mente con una velocidad vertiginosa, mi corazón se encoje y me obliga a exhalar un profundo respiro mientras no dejo de pensar que ¡Ojalá estuvieras aquí!

viernes, 31 de mayo de 2013

UN ACCIDENTE








UN ACCIDENTE

   El equilibrio que había alcanzado en mi vida después de varios  años se  desvaneció esta mañana cuando el Inspector García apareció en el umbral de mi casa.
    Le miré extrañada, habían pasado más de diez años desde la última vez que le vi, seguía  igual, excepto por las incipientes canas en las patillas.
    De repente acudió a mi mente todo lo ocurrido. Fue como si volviera a pasar de nuevo, las lágrimas se agolparon en mis ojos y llevé mis manos a la boca para no gritar. Él enseguida quiso justificar su presencia con un “no es nada malo, se lo prometo”.
     Mientras le acompañaba a la sala recordé todo lo que aconteció entonces:
    “Mis padres no tenían una buena relación, lo sé porque les oía discutir muchas noches, pero mi madre no quería hablarme de ello. En varias ocasiones se había levantado con un moratón en la cara o en los brazos que ella me justificaba como golpes con las puertas o caídas desafortunadas.  Pero yo empezaba a sospechar que aquello era algo más  que eso.
   Todos los días me acompañaba al colegio, a pesar de tener edad para ir sola, pero ella siempre me decía que el próximo año, cuando fuera al Instituto, podría hacerlo. Siempre se despedía de mí con un beso y un te quiero, que se convirtió en una rutina a la que no dábamos la importancia que se merecía. Pero ese día, ese terrorífico día, fue diferente, porque cuando no había dado más de seis pasos en dirección a la puerta del colegio me llamó, me volví algo extrañada y me dijo “No olvides que te quiero”, sonreí y le dije adiós con la mano.
    Cuando salí de clase no encontré a mi madre  sino a mi tía, con unas enormes gafas de sol y muy nerviosa. Me acompañó a casa y en el camino no hizo más que llorar y sonarse la nariz. Y aunque le preguntaba una y otra vez que qué era lo que ocurría, que dónde estaba mí madre, fue incapaz de articular palabra. Al entrar en casa, estaban mis tíos, mi abuela, mis primos, todos con gesto serio y con lágrimas en los ojos. Estaba tan nerviosa que pregunté a voz en grito qué estaba pasando. Mi abuela me llevó a la cocina, me preparó un vaso de leche caliente y me obligó a tomarlo antes de decirme nada. Prácticamente lo bebí de un trago. Y entonces fue cuando me dijo que mi madre había tenido un accidente y había muerto. Creí morir en ese instante, mi madre era mi mundo y todo en vida giraba en torno a ella. Lloré, grité, rompí el vaso de leche contra el suelo e inculpé a mi padre. Pero mi abuela me dijo que él no tuvo nada que ver en el accidente. “¡Eso ya lo veremos!”, dije en un arrebato de ira.
     El resto fue muy deprisa,  me sentía inmersa en una especie de nube que me  llevaba de un sitio a otro sin poner nada de mi parte.  La enterramos dos días después, con ese vestido negro que tanto le gustaba y que le sentaba tan bien, pero no me dejaron verla. Recuerdo haber dejado unas rosas blancas sobre su tumba y un papel en el que escribí, “No olvides que te quiero”.
     El Inspector García se convirtió en un asiduo en casa, le llamaba todos los días para saber si padre tuvo algo que ver en el accidente, y tras un mes de investigaciones pudo asegurarme que no había tenido relación alguna. Aun así, no quise vivir con mi padre y me fui a vivir con mi tía. A mi padre no le importó y rehízo su vida, se volvió a casar con una mujer demasiado joven para él,  a la que podía ver casi todos los días y cuyo aspecto fue decayendo con el paso del tiempo. No hacía falta imaginar qué era lo que le ocurría.”
    Cuando entramos en la sala le invité a tomar un café.
     Usted dirá Inspector, estoy impaciente por saber qué le trae por aquí.
     La verdad es que no sé por dónde empezar señorita López— respondió el inspector mientras removía el azúcar en el café.
        —  María, por favor Inspector.
        —  Gracias María. No sé cómo podré explicarle todo esto, así que se lo contaré tal y como aconteció, ¿le parece bien?— preguntó el Inspector García.
     Por supuesto, cómo le resulte más fácil— respondí mientras me acomodaba en el sillón dispuesta a escuchar.
     Ayer acudió una mujer a la comisaria, que se identificó como Ángeles Martínez, esposa de Luis López.  Y nos dijo que había envenenado a su marido con raticida porque era incapaz de soportarlo más. Lo cierto, es que tenía la cara amoratada, los brazos, las piernas, señales de quemaduras de cigarrillos en el pecho y cicatrices diversas en muñecas. Acudimos a su domicilio y encontramos a su padre muerto en su cama.
     ¡Maldito cabrón!, se lo merecía Inspector, se lo merecía.
     Calma María, por favor. Aún no he terminado.
     Siga usted Inspector— dije mientras volvía a acomodarme en el sillón e intentaba calmarme
      Tuvimos que arrestar a Ángeles por homicidio, naturalmente. Y la llevamos al Hospital para valoración psiquiátrica y examen físico. Cuando registramos la defunción de tu padre saltó una alarma. Al parecer, si tu padre fallecía debíamos ponernos en contacto con cierta asociación llamada “Última esperanza”.
 Y llamé por teléfono, pensando que tuviera algún familiar internado en ese lugar, su madre o algún hermano. Pero no fue así.
     Podía habérmelo preguntado Inspector, mi padre no tiene familiar alguno.
     La verdad es que actualmente eso es cierto, pero sí existe cierta persona que tuvo relación con él hace unos diez años.
De repente todo empezó a darme vueltas, ¿qué era lo que quería decirme exactamente? ¡No era posible!…… ¿lo era?......
     ¿Qué quiere decirme Inspector?— supliqué con un hilo de voz.
     María, espero que esto no le trastorne  y sea un motivo de felicidad para usted. Su madre no falleció aquel día.
No pude escuchar más, perdí el conocimiento. Y cuando lo  recobré estaba tumbada en el sofá con los pies en alto y con el Inspector mirándome preocupado.
     ¿Está usted bien María?— me preguntó nervioso.
Me sentía mareada, pero le pregunté:
     Por favor Inspector, ¿es cierto que mi madre vive?, ¿dónde está?
    En cuanto se recupere y se sienta con fuerzas nos vamos a buscarla María, he quedado en ir con usted.
   Me levanté todo lo deprisa que pude, cogí el bolso y las llaves y me fui con él.

   Cuando llegamos y la vi, la reconocí enseguida, la abracé, la besé, lloré. Era incapaz de soltarla, estaba radiante y feliz.
   No hicieron falta explicaciones. Ahora podemos vivir felices y en paz.


jueves, 11 de abril de 2013

¿CÓMO TE LLAMAS?











     
  Cuando mi padre leyó la novela “Robinson Crusoe” decidió, que si algún día tenía un hijo, le pondría el nombre del día de la semana en el que naciera.  Creo que no pensó, ni por un segundo, que pudiera ser una niña. Así fue, pese a que mi madre se opuso con firmeza antes, durante y después del parto.  Antes, intentó disuadirle buscando nombres como Marta, Ana, María, Inés… Durante el parto intentó persuadirle con el sufrimiento que estaba padeciendo, y  después con lágrimas reales, que él, frío como un témpano, porque se había informado de la depresión post parto, acalló  mostrándole el nombre elegido en el Libro de Familia.

      ¡Maldito lunes!, dijo mi madre, no para maldecirme, sino que
esperaba que al menos hubiera nacido en miércoles, como la hija de la familia Adams.

      Lunes, nací un lunes y mi nombre por tanto  Lunes Marta. Marta fue un pequeño regalo para intentar que la recuperación de mi madre fuera más rápida y que cuando llegara a casa su vida no cambiara en exceso. Si, es cierto, mi padre además de autoritario, era un poco, o más bien un mucho, egoísta. Por ser tan autoritario, no consentía que nadie me llamara de otra forma que no fuera Lunes.
    Siendo un bebe no te importa cómo te llamen, no te enteras de nada. Siendo niña las cosas cambian, cuando alguien te pregunta tu nombre y le dices que es Lunes, siempre te contestan:

       ¡Qué niña más encantadora!, no cariño, no te pregunto por el día qué es, sino ¿cómo te llamas?

  Y cuando insistes que te llamas Lunes, sus caras lo dicen todo.     Así que, siendo niña me di cuenta que mi vida no iba a resultar nada fácil llamándome de esa forma, ¿por qué tuve que nacer un lunes? Aunque pensando con más cautela, dentro de lo malo, no era tan malo, si hubiera nacido unos minutos antes me hubiera llamado Domingo (o aún peor Dominga, ¿os imagináis?)

     Llevé mi nombre con cierto orgullo, un orgullo inculcado por mi
padre, pero sólo hasta que decidí que Marta me gustaba mucho más. Evita las bromas, las risitas tontas, contar el por qué de mi nombre y mil cosas más, las cuales me aburrían soberanamente. Evidentemente en casa mi nombre era Lunes, pero cuando entré en el Instituto me convertí en Marta.

     Mi padre no se enteró, no porque mis amigos no vinieran a casa, sino porque él vivía en su mundo, un mundo al cual no podía entrar. Ese mundo resultó ser un mundo de demencia. Durante años he pensado por qué no cambió de idea y creo que fue por su carácter tan rígido, tan tenaz, tan inflexible, tan seguro, que cómo había tomado su decisión, no podía desdecirse, y menos ante mi madre.

 No puedo culparle, sólo maldecir al lunes y a Robinson Crusoe por darle la idea. Sigo llamándome Lunes Marta, pero sólo en el carnet de identidad, para los demás, Marta.



lunes, 25 de febrero de 2013

VIAJE NOCTURNO


VIAJE NOCTURNO


                                   


  Había entrado en el metro casi en el momento de cerrar, el andén de su vía estaba vacío y en el de enfrente, un hombre con un sombrero negro la miraba intensamente. Ella sintió un escalofrío al sentir su mirada y se alegró de que aquel individuo no la acompañara en su viaje. El tren inició su entrada en la estación y aquello le hizo olvidar a aquel personaje.
  Cuando entró en el vagón no había nadie, ni siquiera en el vagón siguiente y volvió a sentir un escalofrío. ¡Deja de pensar tonterías! —, pensaba mientras se sentaba, porque no había nada que temer, no había nada ni nadie que pudiera hacerle daño. Así que, abrió su bolso y se colocó los cascos de su MP3 para que la música no le hiciera pensar o imaginar, sólo eran tres estaciones y ya estaba llegando a la primera, quizá subiera algún pasajero. Pero no subió nadie, el andén estaba vacío y el tren inició la marcha de nuevo.
  Se miró en el cristal frente a su asiento, se colocó ese mechón rebelde y sacó el gloss para pintar sus labios mientras canturreaba la canción que sonaba en sus oídos. Y de pronto, sin saber cómo, la pequeña ventana se abrió de golpe con un sonido tan grande que le hizo dar un respingo. Se levantó y cerró la ventana. Volvió a sentarse para tranquilizarse mientras miraba la ventanilla y justo entonces apareció la imagen del señor que había dejado en el andén. Se levantó asustada, pero la imagen desapareció.
  ¡Deja de fantasear!, ahí no puede haber nadie – se decía a sí misma. Y volvió a sentarse, pero esta vez no conseguía que su corazón se calmara, a pesar de que su mente no dejaba de decir que todo eran imaginaciones por miedo.
  Llegó a la segunda estación, un hombre con sombrero negro entró en el vagón siguiente al suyo, se quedó tan tensa que fue incapaz de bajarse del suyo, las puertas se cerraron y el tren inició su marcha.
  No podía dejar de mirar a aquel hombre, tan parecido al que dejó en el andén y al que creyó ver en la ventana. El hombre se acercó a su vagón y miró por la ventana de la puerta. Cruzaron las miradas y ella sintió que su corazón no era capaz de caber en su pecho, la respiración se aceleró y el vello se le erizó.
  Aquel hombre intentó abrir la puerta y ella se levantó inquieta y nerviosa, deseando que la estación llegara antes de que aquel hombre entrara en su vagón. Se alejó lo más que pudo llegando al final de su vagón. El tren inició la entrada en la estación al tiempo que el hombre entró en su vagón. Se acercaba con paso rápido a ella. El tren parecía que no terminaba de pararse, y los pasos de aquel individuo eran más rápidos cada vez. Cuando el tren por fin abrió las puertas ella salió corriendo y cuando miró atrás, no había nadie. 

UN JUEGO


UN JUEGO

               





   Si sale un as, te quitas la blusa.

 —  ¡Y un cuerno!, vamos que no tengo otra cosa que hacer.

    Pero María se queda pensando con los ojos fijos en los de Carlos, calcula las posibilidades reales de que salga un as. Sólo hay cuatro en la baraja, la posibilidad matemática de sacar un as sería de cuatro de cuarenta, o lo que es lo mismo una de diez. Los ojos de Carlos no desvían su mirada de los ojos de María, casi ni pestañea, era como si le estuviera diciendo que aceptara la apuesta. Los segundos pasaban y María seguía pensando.

    Si acepto la apuesta, tendría que pensar que le pediría y lo dice casi a la vez que lo está pensando.

   Si gano te quitas los pantalones.

   Carlos da un respingo en la silla y baraja con soltura las cartas, le pasa el mazo a María y deja que la corte.

   ¿Quién levanta primero?

   Yo, claro, por algo he barajado.

   No, no está claro- responde María con el ceño fruncido. Si tú barajas yo levanto la primera carta.

   ¡Caray María!, que no es así.

   ¿Qué pasa?, ¿has hecho trampa? ¿por eso no quieres que lo haga primero?

   ¡No seas boba!, mira tiramos una moneda al aire y que el azar decida.

   ¡Vale!, pero yo tiro la moneda.

   ¡Ya estamos! mira que eres pelmaza.

   Pero ¿qué mosca te ha picado?, quieres levantar primero la carta, quieres tirar la moneda. ¿Qué problema hay que lo haga yo?

   No hay ningún problema, es que siempre quieres ser tú la primera.

   ¡Ah claro!, yo la primera- responde María irónicamente. Es cierto, yo me levanto la primera y te pongo el desayuno, me ducho la primera porque aún no te has levantado, hago la cama mientras desayunas, saco al perro porque te estás duchando y saco el coche del garaje porque soy la primera en salir de casa. Es cierto siempre soy la primera.

   ¡María por Dios! que estamos jugando, no empieces.

   Dame la moneda.

   ¡Qué pesada!, tira anda.

   Pues no, ahora tiras tú.

   ¡Pero te vas a decidir!

   Es que si tiras la moneda y ganas, yo saco la carta.

   No, si yo gano, yo saco la carta.

   Bueno pero entonces yo barajo.

   Joder María, ¡así no hay forma!

   ¡Oh vamos!, no te enfades. Anda tira la moneda

   ¿Qué te pides?

   Cara

   Carlos tira la moneda y sale cruz. María baraja de nuevo y Carlos levanta la carta, es un dos.

   ¡Quítate los pantalones!— grita María regodeándose y mirándole con emoción mientras no deja de sonreír y frotarse las manos.

   Carlos se levanta y sin pensarlo mucho se quita rápidamente los pantalones. Coge el mazo de cartas y baraja.

   Ahora, levanta tú la carta.

   María mira con recelo la baraja, está convencida que ha hecho trampa, pero no sabe cómo, levanta la carta y:

   ¡Un as!, quítate la blusa pequeña y enséñame lo que hay debajo— dice Carlos con sonrisa maliciosa.

   ¡Has hecho trampa!, lo sé.

    Pero obedece y se quita la blusa muy despacio, una eternidad entre botón y botón.

    Vale, ahora barajo yo— dice María.

   Y baraja sabiendo que ahora la posibilidad de sacar un as es aún menor.

   Carlos levanta la carta:

   ¡Un as! Los pantalones cariño, pero muy despacito por favor.

   María mira atónita la carta, ¿cómo es posible que tenga tanta suerte? Pero obedece, se levanta de la silla, se desabrocha el botón mirando los ojos de su contrincante y lentamente baja la cremallera y coloca los pulgares sobre la cinturilla del pantalón mientras lanza un beso con los labios.

   Carlos se remueve en la silla, hace un amago para levantarse, pero ella le detiene con un leve gesto de mano. Y termina bajando lentamente sus pantalones.

   Me toca barajar a mi nena, ¿tendré suerte?

   No hagas trampas.

   No, sabes que no lo hago.

 María cree que matemáticamente la posibilidad de que salga otro as es remota y está pensando en que prenda hará quitar a su pareja. Levanta lentamente la carta y:

   ¡Ja!, esta es la mía cariño— ríe Carlos muy excitado. Ahora el sujetador, pero despacio, ya sabes, muy despacio.

   María termina por sonreír, se levanta de nuevo, se moja los labios y mira intensamente a Carlos. Baja la hombrera izquierda muy despacio con el dedo índice de la mano derecha y observa, cómo a él, la respiración se le acelera. Con el dedo índice de la mano izquierda baja aún más despacio la hombrera derecha, y él se remueve en su silla sin dejar de mirarla.

    Con ambas manos en la espalda, se gira sobre sí misma, y le mira por encima del hombro derecho, le guiña un ojo y le envía un beso antes de soltar el sujetador, y él se levanta de la silla. Ella deja caer el sujetador en el suelo y se da la vuelta despacio, pero cuando termina  Carlos está frente a ella y se besan atropelladamente. Enredados dan pasos sin mirar hacia la habitación y tras entrar en ella cierran la puerta.

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   ¡¡Mierda!!, ahora que venía lo bueno me cierran la puerta. ¡Para una vez que tengo unos vecinos decentes me dejan con la miel en los labios! Cierro la ventana y me consuela saber que en la mesilla tengo un compañero fiel que me espera sin preguntar.