martes, 5 de mayo de 2015

HASTA SIEMPRE




HASTA SIEMPRE

No se había vestido para la ocasión, no tenía ganas, o más bien, no quería hacerlo, porque si lo hiciera, dejaría de ser ella misma, y  a él no le hubiera gustado.
Los vaqueros gastados, las zapatillas, y el pañuelo sujetando su larga melena, habían sido su seña de identidad en su adolescencia. Pero cuando se miró en el espejo casi no se reconoció. Se miraba una y otra vez intentando encontrar su belleza pasada, pero sus ojos se llenaban de agua, un agua rebelde que luchaba por salir y que no quería derramar. Tras un gesto de enfado, se recompuso frente al espejo.
 Salió de casa con paso débil, indeciso, iniciando el camino hacia la tristeza más absoluta, hacia un lugar dónde dejaría parte de su alma, de su vida y de su corazón. Éste latía fuerte, deprisa y le retumbaba en la sien. Detuvo su camino mirando al bosque, sin querer acercarse, ahora tenía un buen motivo para no hacerlo, su cabeza retumbaba y le provocaba un ligero mareo. Pero sus pies no le hicieron caso, y se movieron lentos uno tras otro, obviando su orden.
   Muy despacio se adentró en el bosque, reconoció el olor de los magnolios, de los castaños, de los eucaliptos.  Escuchó el rumor del río y los cantos de los pájaros, ajenos a su drama. Llegó a una verja y la aferró con fuerza, hasta que sus dedos blanquearon y comenzaron a dolerle. Tuvo que recomponerse de nuevo, respirar hondo y luchar para que el agua de sus ojos no se desbordara. Abrió la verja y se dirigió a una tumba. Se quedó en pie, mirando el mármol, mirando su nombre durante más de media hora, sin moverse, sin querer aceptar que estuviera allí. Y de repente sus piernas fallaron, y cayó sobre sus rodillas. En aquel instante sus ojos dejaron de obedecerla y no dejaron de fabricar lágrimas, una tras otra, sin parar. Fue un llanto silencioso, lleno de amor y tristeza. Acarició su tumba como acariciaba su pelo, y besó su tumba como besaba sus labios.
Tuvo que recomponerse de nuevo, se levantó del suelo y mirando el lugar que albergaba el amor de su vida dijo:
   Te he amado, te amo ahora y te amaré siempre.
Giró sobre sus talones,  y se alejó del bosque al que jamás pudo volver.

viernes, 27 de marzo de 2015

EL PASO DEL TIEMPO




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EL PASO DEL TIEMPO

    Creota, dime ¿cómo eran los libros?

   Los libros se hacían con papel y tinta. El papel se obtenía a partir de la pasta de celulosa que, a su vez, se obtenía a partir de la madera de ciertos árboles cómo el pino, abedul o alerce. Y la tinta….

   ¡Para, para, Creota! ¿Árboles? ¿Qué son los arboles? Ponme imágenes, por favor.

    Como desees, ahí las tienes.

   ¿Eso son arboles? ¿Se movían? ¿Olían? ¿Donde están ahora?

   Los arboles existieron en la Tierra hasta el siglo XXIII, intentaron repoblarlos cuando su número descendió por los incendios y la sobreexplotación. Pero al final, hubo una plaga de insectos que acabó con todos ellos

   Rodéame de arboles Creota, me encantaría sentirlos.

   Cómo desees.

     ¡Es una maravilla! ¿Cómo pudieron esquilmarlos de esa forma? ¿Los libros fueron los culpables? ¿Se necesitaba tanto papel para hacerlos?

   No fueron los libros, porque en el siglo XXI se inventó el libro electrónico. Se podía leer en el ordenador cualquier libro,  eso hizo que la propiedad intelectual se viera dañada, así como los derechos de autor.

   Pero si ahora cualquiera puede descargarse en su cerebro cualquier obra, tanto musical como literaria.

   Sí, y los autores son pagados por ello, por cada descarga reciben un porcentaje.

  ¡ Ah, bueno! eso ya lo sabía.

   De todos modos, ¿aún existen libros?

   Sí,  están custodiados, porque los insectos que aniquilaron los arboles también destruyeron miles de libros. Las bibliotecas tuvieron que darse mucha prisa para guardar los ejemplares más importantes,  aún así, se perdieron muchos. Pero siempre nos quedaran los que se digitalizaron.

   Y ¿qué diferencia había entre un libro electrónico y uno de papel? el contenido es el mismo.

   Si, el contenido sí. Pero muchos lectores echaban de menos el olor del papel impreso, el tacto, el hecho de pasar una página, escribir dedicatorias o marcar ciertos pasajes. El tacto de un libro creaba un vínculo con el lector que no se reemplazó por el electrónico y, menos aún, con el que ahora tenemos. Hoy, eres capaz de leer un libro en menos de cinco segundos. Antes, podías pasar días leyendo uno. Había gente que llevaba su libro en el transporte público, o lo leía en el parque, bajo los árboles en primavera, o incluso, en su casa cerca de una chimenea en invierno.

   No me lo imagino, la verdad. Eso era una pérdida de tiempo.

   No, no lo era. Era una forma de traspasar los pensamientos, de hacer sentir, de razonar, de disfrutar, que ahora no tenéis.

   Pero si yo he leído ya más de cinco mil obras distintas,  en esa época la gente no tenía tiempo para tantas obras  a lo largo de su vida, y yo solo tengo 15 años.

   No lo has leído, te lo han implantado, no es lo mismo. No te has conmovido, ni reído, ni siquiera has sentido la intriga de saber qué es lo que va a pasar.

   ¿Y qué ganaría con ello?

   Eso mi querida niña, es algo que jamás podré enseñarte.




miércoles, 25 de febrero de 2015

RUMORES VECINALES

RUMORES VECINALES

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La campanilla de la tienda de ultramarinos de Don Benito tintineó, justo en el momento en el que, Don Benito y las hermanas Claudia y Andrea miraban fijamente la báscula comprobando el peso de los garbanzos.  Los tres giraron sus cabezas al unísono para ver cómo Doña Isabel entraba en la tienda.
 Doña Isabel saludó de mala gana.
   ¡Buenos días!
   ¡Buenos días!− respondió con una sonrisa Don Benito- enseguida estoy con usted
 Las hermanas se miraron y asintieron con la cabeza, a la vez que Claudia, guiñaba un ojo a su hermana, en un gesto de complicidad que Doña Isabel no percibió.
    Don Benito− dijo Andrea−nosotras no tenemos prisa, si Doña Isabel anda apurada de tiempo, puede usted atenderla.
Doña Isabel miró a las hermanas y con una ligera inclinación de la cabeza agradeció el gesto.
Cuando tintineó de nuevo la campanilla, tras la salida de Doña Isabel de la tienda,  las dos hermanas empezaron a cuchichear
    Estoy segura − dijo Andrea- lo lleva escrito en la cara
    No sé Claudia, quizá sólo sean rumores− contestó Andrea
    ¿De qué hablan señoritas? − preguntó Don Benito.
    ¿Es que no sabe lo que andan diciendo por ahí de Doña Isabel?, es imposible que no lo sepa − respondió Andrea
    Pues no, no lo sé − dijo Don Benito− me paso la vida en la tienda y aunque me entero de muchas cosas, de otras no.
    Pues verá − dijo Andrea bajando la voz − Hace un mes llegó una carta de Estados Unidos a nombre de Doña Isabel, me lo comentó el cartero cuando estaba colocando las cartas en los buzones. Ya sabe, una carta de tan lejos no se recibe habitualmente, y menos a ella, una mujer soltera que vive sola desde hace tantos años.
    ¿Y? − dijo Don Benito − puede ser de algún familiar que viva allí
    ¡Eso pensamos todos!, pero al día siguiente llegó otra carta de Estados Unidos con acuse de recibo de un bufete, de cierto renombre al parecer.
    ¡Pues será una herencia, qué suerte tiene! −  rió Don Benito mientras cerraba la bolsa de los garbanzos.
    Eso pensamos, ciertamente. Pero…… al día siguiente, se presentó un hombre en su casa. Muy elegantemente vestido y mucho más joven que ella. Estuvo en su casa más de tres horas.
    ¿Estuvieron observando por la mirilla?− preguntó Don Benito incrédulo.
    Bueno − se sonrojó Andrea − es un hombre muy atractivo. Y sentíamos cierta curiosidad. En fin, el caso es que ese hombre, desde entonces, no ha dejado de acudir a su casa todas las tardes. Vamos, que a la vejez viruelas.
    Yo no creo que Doña Isabel sea ese tipo de mujer− sentenció Don Benito.
    ¡Pues ya me dirá que hace un hombre yendo a su casa todas las tardes durante más de tres horas! − contestó Andrea un tanto airada.
    Eso a usted no creo que le incumba − respondió Don Benito − son veinticinco pesetas Doña Andrea
    Pues todo el barrio anda diciendo lo mismo, no crea que somos nosotras las únicas que pensamos que Doña Isabel tiene un lío − respondió Andrea a la vez que pagaba su compra −  el tiempo nos lo dirá, pero creo que no andamos equivocadas.
    Así sea, buenos días señoras −  despidió Don Benito a las hermanas
    Buenos días −respondieron al unísono mientras salían de la tienda algo enfurruñadas con el tendero.
 Doña Isabel nunca fue mujer de chismes de portería, y jamás dio explicaciones a nadie de su vida. Por lo que, el que un hombre joven y elegante visitara su casa todos los días, sin compañía de nadie, hizo que los rumores fueran en aumento.
 Tres meses más tarde, Doña Isabel preparó sus maletas, y del brazo del caballero salió por el portal.  Todas las vecinas la miraron con cierta envidia y curiosidad, pero ella, con la cabeza bien alta, las ignoró y se marchó sin decir adiós.
    ¿A dónde habrá ido Doña Isabel?− preguntó Claudia a Don Benito una tarde.
    Pues imagino que a vivir a otro sitio −  respondió con sorna el tendero
    ¡Ríase Don Benito!, pero irse a vivir con un hombre tan joven no está bien −  respondió un tanto airada.
    Pues yo creo que ella no es de su opinión Doña Claudia − dijo el tendero − Parecía feliz cuando la vi subiendo al coche.
    ¡No está bien Don Benito!, ¿A dónde iremos a parar? − respondió Andrea mientras se persignaba.


Lo que las hermanas no supieron nunca, pues Don Benito jamás se lo dijo, es que Doña Isabel estuvo casada cuando era joven y tuvo un hijo. Su marido, norteamericano, se divorció y se quedó con la custodia. Ella regresó a España y esperó durante años a que su hijo creciera y se hiciera mayor de edad para ponerse en contacto con él. 

sábado, 21 de febrero de 2015

VIAJE A MARTE

Viaje a Marte

Me supuso un gran esfuerzo conseguir ser uno de los tripulantes de la nave con destino a Marte. Tuve que superar tanto pruebas físicas como psíquicas, de capacidad mental y de habilidad social. Años de preparación, sacrificio y dedicación en exclusiva que, tanto mi familia cómo yo, antepusimos a cualquier otra cosa.
El día que me puse el traje, entré en la nave y ocupé mi puesto sentí que había logrado uno de mis objetivos y que estaba encaminado para el siguiente. No soy capaz de describir esa emoción, esa sensación que te inunda cuerpo, alma, mente y que, incluso, te deja sin respiración unos segundos.
Poder ver la Tierra desde el espacio es indescriptible, el azul predomina sobre el resto de colores y parece mentira que, allí abajo, haya tanta vida que ignore que algo les observa.
¿Habrá vida más allá de la Tierra?, es algo que siempre me pregunté. No era capaz de imaginar que fuésemos los únicos seres que habiten en un Universo tan grande, no creía ser fruto de una serie de fortuitas casualidades. No. Ahí fuera hay vida.
Viajaba en busca de respuestas, en busca de preguntas, en busca de lo desconocido y en busca de mi mismo. Demasiadas cosas para un tiempo tan pequeño, para una escapada de la que ni siquiera sabíamos si lograríamos regresar. Pero era ¡tan emocionante!
Los primeros días, (por decirlo así, ya que no hay día ni noche) nos mantuvimos muy ocupados fotografiando la Tierra y la Luna. El tiempo pasaba muy deprisa e intentábamos cumplir todas nuestras obligaciones. Hablábamos con la base cada veinticuatro horas y todo discurría con la normalidad programada.
Pero a medida que hacíamos kilómetros, las horas se hacían más largas y parecía que no llegáramos nunca. Al fin, después de casi trescientos cincuenta días, aterrizamos en Marte. Y fue entonces, cuando volví a tener aquella sensación, la que me dejó sin respiración unos segundos. Salí de la nave, y pude observar el espacio desde Marte, pisé el planeta rojo, fui la primera persona en hacerlo y me sentí el ser más afortunado del Universo. Todo iba bien, todo funcionaba correctamente y de repente no sé qué ocurrió, mis compañeros me gritaban por el auricular que me tranquilizara, que lo arreglarían. Me sentía bien, no tenía miedo, había logrado mi objetivo. ¡Estaba pisando Marte!
No sé cuánto tiempo estuve caminando, unos minutos posiblemente, hasta que me quedé sin aire. No obtuve las respuestas que buscaba, pero lo último que pensé fue, que sería el primer hombre que dejara sus huesos en Marte y que quizá, años o siglos más tarde “alguien” me encontraría