martes, 5 de abril de 2016

CONFESIONES



                                                
CONFESIONES

 

Lo cierto es, que cuando supe en lo que me iba a convertir, no pude ni imaginar la cantidad de personas que acudirían a mí.

Venían  para liberar sus culpas,  despojarse de sus miedos,  solicitar consejo,  tener compañía, e incluso, para poder estar a solas conmigo.  Y  en todos esos momentos me he sentido realmente importante, pues cada uno de ellos dejó parte de su alma conmigo.

He de reconocer, que al principio, las personas se acercaban más, venían con mayor asiduidad, y me sentía feliz de poder ayudar a todos ellos. Ahora,  ya no vienen tanto. Yo no he cambiado, sigo siendo exactamente igual que el primer día, eso sí, con los arañazos  y roturas que te da el paso del tiempo.

Me encantaría poder contaros las historias que he logrado escuchar en todos estos años con los verdaderos protagonistas, pero cómo bien sabéis, el secreto de   confesión  me lo impide. Por ello, sólo puedo haceros llegar parte de algunas de ellas. Todas sería imposible, a la par de tedioso.

 Recuerdo el día que llegué a la Iglesia por primera vez, todas las miradas se posaron sobre mí. Era evidente que no era de por allí, y eso siempre causa admiración en sitios donde casi nunca ocurre nada interesante.  Puedo aseguraros, que fui observado desde todas las posiciones, y finalmente aprobado por los más asiduos a la Iglesia.  Tuve mis dudas, pero poco a poco, conociendo a cada uno de ellos, puedo afirmar que les gustaba mi compañía, les hacía sentir seguros y reconfortados. Y yo, he de confesar, me sentía importante, pues me hacían partícipe de sus secretos, sus anhelos, sus más íntimos pensamientos, así como su arrepentimiento y necesidad del perdón que solicitaban. Sé que he sido su apoyo cuando me han necesitado, siempre dispuesto a ofrecerles un rincón de esperanza a sus inquietudes

 Se dice que la primera confesión no se olvida, y es cierto, aún la recuerdo. Fue un joven de unos veinte años,  hablaba con un tono de voz muy bajo, tanto, que me costó un triunfo poder entenderle. Su pecado no era grave, al menos eso me pareció, y su penitencia fue leve. ¿Qué puedes decirle a un joven que se despierta excitado y libera toda su fuerza por pura necesidad? Posiblemente otro le hubiera recriminado, pero tuvo suerte.

Después de aquella llegaron muchas otras, siendo una de las más comunes el pecado de la envidia en sus múltiples facetas. Sentir envidia puede, en algún caso, ser un acicate para esforzarte en conseguir algo. Pero también puede desencadenar actos más graves, como la muerte de alguien. Y eso, es lo más grave que he llegado a escuchar.

El resto de pecados variaban entre  no acudir a Misa los domingos, decir palabrotas, tener pensamientos impuros, mentir, pequeños hurtos,  pelearse, desobedecer o no cumplir con sus obligaciones, ser infiel… En fin, bien  sabéis que la lista es larga, cómo en cualquier otro lugar.

 He sido apoyo a la soledad de muchos, y ahora, soy yo quien está solo, necesitado de ayuda y nadie viene a rescatarme. Y por ello, confieso que siento un gran vacío, siento que ya no le importo a nadie. Mi tiempo ha terminado, ya no pueden  ayudarme, el fuego terminará por devorarme.

 

Un bombero examina la Iglesia tras el incendio junto al sacerdote, ambos miran con tristeza al que fue el confesionario,   no pudieron salvarlo, pues su madera seca ardió con facilidad no dejando más que los pequeños herrajes.
                                                       

lunes, 4 de abril de 2016

Escaleras, escaleras, escaleras...






                                                   




Escaleras, escaleras, escaleras...



En una sala una abuela mira cómo su nieta juega plácidamente con sus muñecas. De vez en cuando sonríe viendo los gestos que realiza, o la forma de hablar con sus pequeñas amigas.

 La niña juega ajena a las miradas de su abuela,  a ese encadenado de cosas que han hecho que su abuela ya no esté pendiente y la  observe sin mirar…

“El primer paso no lo realizas solo, te empujan sin aviso, sin pedirte permiso. Es el primer escalón de un número indeterminado.

Y ahí te quedas, siendo manipulado durante años, observando e imitando lo que ocurre a tu alrededor. Lloras, pataleas e intentas que tus necesidades sean cubiertas a base de insistir. Y ciertamente, es lo único que te resarce de lo que te han obligado de dejar.

  Pero todo tiene un final y, un día sin saber lo que haces, subes el siguiente escalón. Tampoco eres consciente de lo que has hecho,  pero empiezas a sentirte bien.  Ahora quieres empezar a moverte por ti mismo sin necesidad de que te lleven en brazos ,  te gusta explorar e investigar. Pero aún no has conseguido liberarte de ciertas ataduras que impiden que hagas lo que realmente quieres.  Y tus protestas se convierten en rabietas y discusiones que nunca llegas a ganar del todo.

 Y de repente, ¡ zas! , otro escalón. Pero de este ya te das cuenta,  puedes opinar y, a veces, ¡hasta te escuchan! Te das cuenta que hay otros como tú, y decidís uniros para seguir explorando durante años todo lo que os rodea. Pero aún así, has de imitar a los que te preceden, estudias y comienzas a trabajar

  ¡ Qué ganas de dejar los estudios!¡ Al fin puedes sentirte libre para hacer lo que quieres! Acabas de subir el siguiente escalón.

Es el mejor momento, aunque tengas que trabajar y depender de tu jefe, aunque tengas que hacer visitas a tus padres,  llegas a tu casa y te sientes bien.  Hasta que un día, así sin venir a cuento , te das cuenta que quieres vivir con él.  ¡Otro escalón!

  Ahora te sientes mejor, tiene compañía. Vives bien, todo está controlado. O al menos eso piensas. Y sin saber muy bien cómo llegas a decidirlo, buscas una nueva compañía. Y entonces vuelves a subir un nuevo escalón,  plenamente consciente de lo que haces.

 Así, comenzará una nueva escalera llena de peldaños, unida a la tuya durante un largo período de tiempo, y que tendrá sus propios anclajes y formará nuevas escaleras.

¿Y ahora qué?

Sigues subiendo peldaños, ayudando  a  formar todas las escaleras que están a tu alrededor.

Hasta que un  día,  te encuentras sola en el último escalón”

 

La niña se da cuenta que su abuela no se mueve, y cree que está jugando con ella a ser una muñeca, como en tantas otras ocasiones.

martes, 5 de mayo de 2015

HASTA SIEMPRE




HASTA SIEMPRE

No se había vestido para la ocasión, no tenía ganas, o más bien, no quería hacerlo, porque si lo hiciera, dejaría de ser ella misma, y  a él no le hubiera gustado.
Los vaqueros gastados, las zapatillas, y el pañuelo sujetando su larga melena, habían sido su seña de identidad en su adolescencia. Pero cuando se miró en el espejo casi no se reconoció. Se miraba una y otra vez intentando encontrar su belleza pasada, pero sus ojos se llenaban de agua, un agua rebelde que luchaba por salir y que no quería derramar. Tras un gesto de enfado, se recompuso frente al espejo.
 Salió de casa con paso débil, indeciso, iniciando el camino hacia la tristeza más absoluta, hacia un lugar dónde dejaría parte de su alma, de su vida y de su corazón. Éste latía fuerte, deprisa y le retumbaba en la sien. Detuvo su camino mirando al bosque, sin querer acercarse, ahora tenía un buen motivo para no hacerlo, su cabeza retumbaba y le provocaba un ligero mareo. Pero sus pies no le hicieron caso, y se movieron lentos uno tras otro, obviando su orden.
   Muy despacio se adentró en el bosque, reconoció el olor de los magnolios, de los castaños, de los eucaliptos.  Escuchó el rumor del río y los cantos de los pájaros, ajenos a su drama. Llegó a una verja y la aferró con fuerza, hasta que sus dedos blanquearon y comenzaron a dolerle. Tuvo que recomponerse de nuevo, respirar hondo y luchar para que el agua de sus ojos no se desbordara. Abrió la verja y se dirigió a una tumba. Se quedó en pie, mirando el mármol, mirando su nombre durante más de media hora, sin moverse, sin querer aceptar que estuviera allí. Y de repente sus piernas fallaron, y cayó sobre sus rodillas. En aquel instante sus ojos dejaron de obedecerla y no dejaron de fabricar lágrimas, una tras otra, sin parar. Fue un llanto silencioso, lleno de amor y tristeza. Acarició su tumba como acariciaba su pelo, y besó su tumba como besaba sus labios.
Tuvo que recomponerse de nuevo, se levantó del suelo y mirando el lugar que albergaba el amor de su vida dijo:
   Te he amado, te amo ahora y te amaré siempre.
Giró sobre sus talones,  y se alejó del bosque al que jamás pudo volver.

viernes, 27 de marzo de 2015

EL PASO DEL TIEMPO




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EL PASO DEL TIEMPO

    Creota, dime ¿cómo eran los libros?

   Los libros se hacían con papel y tinta. El papel se obtenía a partir de la pasta de celulosa que, a su vez, se obtenía a partir de la madera de ciertos árboles cómo el pino, abedul o alerce. Y la tinta….

   ¡Para, para, Creota! ¿Árboles? ¿Qué son los arboles? Ponme imágenes, por favor.

    Como desees, ahí las tienes.

   ¿Eso son arboles? ¿Se movían? ¿Olían? ¿Donde están ahora?

   Los arboles existieron en la Tierra hasta el siglo XXIII, intentaron repoblarlos cuando su número descendió por los incendios y la sobreexplotación. Pero al final, hubo una plaga de insectos que acabó con todos ellos

   Rodéame de arboles Creota, me encantaría sentirlos.

   Cómo desees.

     ¡Es una maravilla! ¿Cómo pudieron esquilmarlos de esa forma? ¿Los libros fueron los culpables? ¿Se necesitaba tanto papel para hacerlos?

   No fueron los libros, porque en el siglo XXI se inventó el libro electrónico. Se podía leer en el ordenador cualquier libro,  eso hizo que la propiedad intelectual se viera dañada, así como los derechos de autor.

   Pero si ahora cualquiera puede descargarse en su cerebro cualquier obra, tanto musical como literaria.

   Sí, y los autores son pagados por ello, por cada descarga reciben un porcentaje.

  ¡ Ah, bueno! eso ya lo sabía.

   De todos modos, ¿aún existen libros?

   Sí,  están custodiados, porque los insectos que aniquilaron los arboles también destruyeron miles de libros. Las bibliotecas tuvieron que darse mucha prisa para guardar los ejemplares más importantes,  aún así, se perdieron muchos. Pero siempre nos quedaran los que se digitalizaron.

   Y ¿qué diferencia había entre un libro electrónico y uno de papel? el contenido es el mismo.

   Si, el contenido sí. Pero muchos lectores echaban de menos el olor del papel impreso, el tacto, el hecho de pasar una página, escribir dedicatorias o marcar ciertos pasajes. El tacto de un libro creaba un vínculo con el lector que no se reemplazó por el electrónico y, menos aún, con el que ahora tenemos. Hoy, eres capaz de leer un libro en menos de cinco segundos. Antes, podías pasar días leyendo uno. Había gente que llevaba su libro en el transporte público, o lo leía en el parque, bajo los árboles en primavera, o incluso, en su casa cerca de una chimenea en invierno.

   No me lo imagino, la verdad. Eso era una pérdida de tiempo.

   No, no lo era. Era una forma de traspasar los pensamientos, de hacer sentir, de razonar, de disfrutar, que ahora no tenéis.

   Pero si yo he leído ya más de cinco mil obras distintas,  en esa época la gente no tenía tiempo para tantas obras  a lo largo de su vida, y yo solo tengo 15 años.

   No lo has leído, te lo han implantado, no es lo mismo. No te has conmovido, ni reído, ni siquiera has sentido la intriga de saber qué es lo que va a pasar.

   ¿Y qué ganaría con ello?

   Eso mi querida niña, es algo que jamás podré enseñarte.




miércoles, 25 de febrero de 2015

RUMORES VECINALES

RUMORES VECINALES

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La campanilla de la tienda de ultramarinos de Don Benito tintineó, justo en el momento en el que, Don Benito y las hermanas Claudia y Andrea miraban fijamente la báscula comprobando el peso de los garbanzos.  Los tres giraron sus cabezas al unísono para ver cómo Doña Isabel entraba en la tienda.
 Doña Isabel saludó de mala gana.
   ¡Buenos días!
   ¡Buenos días!− respondió con una sonrisa Don Benito- enseguida estoy con usted
 Las hermanas se miraron y asintieron con la cabeza, a la vez que Claudia, guiñaba un ojo a su hermana, en un gesto de complicidad que Doña Isabel no percibió.
    Don Benito− dijo Andrea−nosotras no tenemos prisa, si Doña Isabel anda apurada de tiempo, puede usted atenderla.
Doña Isabel miró a las hermanas y con una ligera inclinación de la cabeza agradeció el gesto.
Cuando tintineó de nuevo la campanilla, tras la salida de Doña Isabel de la tienda,  las dos hermanas empezaron a cuchichear
    Estoy segura − dijo Andrea- lo lleva escrito en la cara
    No sé Claudia, quizá sólo sean rumores− contestó Andrea
    ¿De qué hablan señoritas? − preguntó Don Benito.
    ¿Es que no sabe lo que andan diciendo por ahí de Doña Isabel?, es imposible que no lo sepa − respondió Andrea
    Pues no, no lo sé − dijo Don Benito− me paso la vida en la tienda y aunque me entero de muchas cosas, de otras no.
    Pues verá − dijo Andrea bajando la voz − Hace un mes llegó una carta de Estados Unidos a nombre de Doña Isabel, me lo comentó el cartero cuando estaba colocando las cartas en los buzones. Ya sabe, una carta de tan lejos no se recibe habitualmente, y menos a ella, una mujer soltera que vive sola desde hace tantos años.
    ¿Y? − dijo Don Benito − puede ser de algún familiar que viva allí
    ¡Eso pensamos todos!, pero al día siguiente llegó otra carta de Estados Unidos con acuse de recibo de un bufete, de cierto renombre al parecer.
    ¡Pues será una herencia, qué suerte tiene! −  rió Don Benito mientras cerraba la bolsa de los garbanzos.
    Eso pensamos, ciertamente. Pero…… al día siguiente, se presentó un hombre en su casa. Muy elegantemente vestido y mucho más joven que ella. Estuvo en su casa más de tres horas.
    ¿Estuvieron observando por la mirilla?− preguntó Don Benito incrédulo.
    Bueno − se sonrojó Andrea − es un hombre muy atractivo. Y sentíamos cierta curiosidad. En fin, el caso es que ese hombre, desde entonces, no ha dejado de acudir a su casa todas las tardes. Vamos, que a la vejez viruelas.
    Yo no creo que Doña Isabel sea ese tipo de mujer− sentenció Don Benito.
    ¡Pues ya me dirá que hace un hombre yendo a su casa todas las tardes durante más de tres horas! − contestó Andrea un tanto airada.
    Eso a usted no creo que le incumba − respondió Don Benito − son veinticinco pesetas Doña Andrea
    Pues todo el barrio anda diciendo lo mismo, no crea que somos nosotras las únicas que pensamos que Doña Isabel tiene un lío − respondió Andrea a la vez que pagaba su compra −  el tiempo nos lo dirá, pero creo que no andamos equivocadas.
    Así sea, buenos días señoras −  despidió Don Benito a las hermanas
    Buenos días −respondieron al unísono mientras salían de la tienda algo enfurruñadas con el tendero.
 Doña Isabel nunca fue mujer de chismes de portería, y jamás dio explicaciones a nadie de su vida. Por lo que, el que un hombre joven y elegante visitara su casa todos los días, sin compañía de nadie, hizo que los rumores fueran en aumento.
 Tres meses más tarde, Doña Isabel preparó sus maletas, y del brazo del caballero salió por el portal.  Todas las vecinas la miraron con cierta envidia y curiosidad, pero ella, con la cabeza bien alta, las ignoró y se marchó sin decir adiós.
    ¿A dónde habrá ido Doña Isabel?− preguntó Claudia a Don Benito una tarde.
    Pues imagino que a vivir a otro sitio −  respondió con sorna el tendero
    ¡Ríase Don Benito!, pero irse a vivir con un hombre tan joven no está bien −  respondió un tanto airada.
    Pues yo creo que ella no es de su opinión Doña Claudia − dijo el tendero − Parecía feliz cuando la vi subiendo al coche.
    ¡No está bien Don Benito!, ¿A dónde iremos a parar? − respondió Andrea mientras se persignaba.


Lo que las hermanas no supieron nunca, pues Don Benito jamás se lo dijo, es que Doña Isabel estuvo casada cuando era joven y tuvo un hijo. Su marido, norteamericano, se divorció y se quedó con la custodia. Ella regresó a España y esperó durante años a que su hijo creciera y se hiciera mayor de edad para ponerse en contacto con él. 

sábado, 21 de febrero de 2015

VIAJE A MARTE

Viaje a Marte

Me supuso un gran esfuerzo conseguir ser uno de los tripulantes de la nave con destino a Marte. Tuve que superar tanto pruebas físicas como psíquicas, de capacidad mental y de habilidad social. Años de preparación, sacrificio y dedicación en exclusiva que, tanto mi familia cómo yo, antepusimos a cualquier otra cosa.
El día que me puse el traje, entré en la nave y ocupé mi puesto sentí que había logrado uno de mis objetivos y que estaba encaminado para el siguiente. No soy capaz de describir esa emoción, esa sensación que te inunda cuerpo, alma, mente y que, incluso, te deja sin respiración unos segundos.
Poder ver la Tierra desde el espacio es indescriptible, el azul predomina sobre el resto de colores y parece mentira que, allí abajo, haya tanta vida que ignore que algo les observa.
¿Habrá vida más allá de la Tierra?, es algo que siempre me pregunté. No era capaz de imaginar que fuésemos los únicos seres que habiten en un Universo tan grande, no creía ser fruto de una serie de fortuitas casualidades. No. Ahí fuera hay vida.
Viajaba en busca de respuestas, en busca de preguntas, en busca de lo desconocido y en busca de mi mismo. Demasiadas cosas para un tiempo tan pequeño, para una escapada de la que ni siquiera sabíamos si lograríamos regresar. Pero era ¡tan emocionante!
Los primeros días, (por decirlo así, ya que no hay día ni noche) nos mantuvimos muy ocupados fotografiando la Tierra y la Luna. El tiempo pasaba muy deprisa e intentábamos cumplir todas nuestras obligaciones. Hablábamos con la base cada veinticuatro horas y todo discurría con la normalidad programada.
Pero a medida que hacíamos kilómetros, las horas se hacían más largas y parecía que no llegáramos nunca. Al fin, después de casi trescientos cincuenta días, aterrizamos en Marte. Y fue entonces, cuando volví a tener aquella sensación, la que me dejó sin respiración unos segundos. Salí de la nave, y pude observar el espacio desde Marte, pisé el planeta rojo, fui la primera persona en hacerlo y me sentí el ser más afortunado del Universo. Todo iba bien, todo funcionaba correctamente y de repente no sé qué ocurrió, mis compañeros me gritaban por el auricular que me tranquilizara, que lo arreglarían. Me sentía bien, no tenía miedo, había logrado mi objetivo. ¡Estaba pisando Marte!
No sé cuánto tiempo estuve caminando, unos minutos posiblemente, hasta que me quedé sin aire. No obtuve las respuestas que buscaba, pero lo último que pensé fue, que sería el primer hombre que dejara sus huesos en Marte y que quizá, años o siglos más tarde “alguien” me encontraría

martes, 29 de octubre de 2013

¿Y AHORA QUÉ?


 ¿Y ahora?

   Miraba por la ventana intentando imaginar cómo serían sus días a partir de entonces. Año y medio de paro, no garantizado, posibilidad de que no dejen de ofrecerle trabajos para los que está altamente cualificado pero paupérrimamente pagado o trabajos que no tienen relación con sus capacidades.

 Allí sentado, mirando la calle sin ver, su mente no dejaba de imaginar situaciones irreales que iba desterrando a medida que surgían. Hasta que una de ellas ocupó su tiempo más que el resto, tanto, que hasta se levantó de la silla y se dirigió a su escritorio. Abrió uno tras otro los cajones, revolviendo y buscando de modo automático, hasta que ¡vualá! Apareció su pluma Mont Blanc.

 Aquella pluma fue el artífice de sus mayores logros, no había examen que no hubiera sido escrito con ella en los años de carrera. La miró con cierta nostalgia y abrió el capuchón, parte de la tinta negra que usaba se había quedado seca en el plumín de oro. Desenroscó la parte superior y se dirigió al lavabo para limpiarla cuidadosamente. No daba crédito a pensar que había sido capaz de abandonarla en el escritorio sin haberla limpiado antes. Y cómo una cosa lleva a la otra, (la mente va de por libre), recordó que tras su último examen la dejó en el cajón pendiente de su cuidado, pero no volvió a abrirlo. Llamadas, viajes, amores, trabajo y no tener demasiado tiempo hicieron que olvidara a esa amiga fiel durante años.

 Tardó varios minutos en dejarla cómo nueva y volvió al escritorio para buscar cartuchos de tinta, pero los que encontró estaban secos. Así que, se calzó sus zapatillas y bajó a la papelería con su pluma dispuesto a encontrar los cartuchos que precisaba. Pero el tiempo pasa para todo, y no encontraba cartuchos de repuesto. Su cara ante el dependiente debió ser un poema, tenía la decepción escrita en la frente, y quizá por ello, o porque era así de amable, le indicó la forma de rellenar los cartuchos vacios con tinta de un tintero y una jeringa. Se lo agradeció infinitamente, y tras comprar el tintero y un paquete de folios, se fue a la farmacia a buscar la jeringa. La chica de la farmacia le miró un poco raro, tanto que dijo en voz alta que necesitaba una jeringa para rellenar el cartucho de tinta con el tintero que mostró a la chica.

 Al volver a casa relleno un cartucho con la tinta y comprobó que el plumín seguía en perfectas condiciones, era suave y rápido, la tinta iba manchando el papel, primero brillaba y luego, al secarse, se convertía en mate.


 Con todo dispuesto en el escritorio, la pluma y los folios, se dispuso a escribir la obra que durante años merodeó por su cabeza.