jueves, 11 de abril de 2013

¿CÓMO TE LLAMAS?











     
  Cuando mi padre leyó la novela “Robinson Crusoe” decidió, que si algún día tenía un hijo, le pondría el nombre del día de la semana en el que naciera.  Creo que no pensó, ni por un segundo, que pudiera ser una niña. Así fue, pese a que mi madre se opuso con firmeza antes, durante y después del parto.  Antes, intentó disuadirle buscando nombres como Marta, Ana, María, Inés… Durante el parto intentó persuadirle con el sufrimiento que estaba padeciendo, y  después con lágrimas reales, que él, frío como un témpano, porque se había informado de la depresión post parto, acalló  mostrándole el nombre elegido en el Libro de Familia.

      ¡Maldito lunes!, dijo mi madre, no para maldecirme, sino que
esperaba que al menos hubiera nacido en miércoles, como la hija de la familia Adams.

      Lunes, nací un lunes y mi nombre por tanto  Lunes Marta. Marta fue un pequeño regalo para intentar que la recuperación de mi madre fuera más rápida y que cuando llegara a casa su vida no cambiara en exceso. Si, es cierto, mi padre además de autoritario, era un poco, o más bien un mucho, egoísta. Por ser tan autoritario, no consentía que nadie me llamara de otra forma que no fuera Lunes.
    Siendo un bebe no te importa cómo te llamen, no te enteras de nada. Siendo niña las cosas cambian, cuando alguien te pregunta tu nombre y le dices que es Lunes, siempre te contestan:

       ¡Qué niña más encantadora!, no cariño, no te pregunto por el día qué es, sino ¿cómo te llamas?

  Y cuando insistes que te llamas Lunes, sus caras lo dicen todo.     Así que, siendo niña me di cuenta que mi vida no iba a resultar nada fácil llamándome de esa forma, ¿por qué tuve que nacer un lunes? Aunque pensando con más cautela, dentro de lo malo, no era tan malo, si hubiera nacido unos minutos antes me hubiera llamado Domingo (o aún peor Dominga, ¿os imagináis?)

     Llevé mi nombre con cierto orgullo, un orgullo inculcado por mi
padre, pero sólo hasta que decidí que Marta me gustaba mucho más. Evita las bromas, las risitas tontas, contar el por qué de mi nombre y mil cosas más, las cuales me aburrían soberanamente. Evidentemente en casa mi nombre era Lunes, pero cuando entré en el Instituto me convertí en Marta.

     Mi padre no se enteró, no porque mis amigos no vinieran a casa, sino porque él vivía en su mundo, un mundo al cual no podía entrar. Ese mundo resultó ser un mundo de demencia. Durante años he pensado por qué no cambió de idea y creo que fue por su carácter tan rígido, tan tenaz, tan inflexible, tan seguro, que cómo había tomado su decisión, no podía desdecirse, y menos ante mi madre.

 No puedo culparle, sólo maldecir al lunes y a Robinson Crusoe por darle la idea. Sigo llamándome Lunes Marta, pero sólo en el carnet de identidad, para los demás, Marta.