sábado, 21 de febrero de 2015

VIAJE A MARTE

Viaje a Marte

Me supuso un gran esfuerzo conseguir ser uno de los tripulantes de la nave con destino a Marte. Tuve que superar tanto pruebas físicas como psíquicas, de capacidad mental y de habilidad social. Años de preparación, sacrificio y dedicación en exclusiva que, tanto mi familia cómo yo, antepusimos a cualquier otra cosa.
El día que me puse el traje, entré en la nave y ocupé mi puesto sentí que había logrado uno de mis objetivos y que estaba encaminado para el siguiente. No soy capaz de describir esa emoción, esa sensación que te inunda cuerpo, alma, mente y que, incluso, te deja sin respiración unos segundos.
Poder ver la Tierra desde el espacio es indescriptible, el azul predomina sobre el resto de colores y parece mentira que, allí abajo, haya tanta vida que ignore que algo les observa.
¿Habrá vida más allá de la Tierra?, es algo que siempre me pregunté. No era capaz de imaginar que fuésemos los únicos seres que habiten en un Universo tan grande, no creía ser fruto de una serie de fortuitas casualidades. No. Ahí fuera hay vida.
Viajaba en busca de respuestas, en busca de preguntas, en busca de lo desconocido y en busca de mi mismo. Demasiadas cosas para un tiempo tan pequeño, para una escapada de la que ni siquiera sabíamos si lograríamos regresar. Pero era ¡tan emocionante!
Los primeros días, (por decirlo así, ya que no hay día ni noche) nos mantuvimos muy ocupados fotografiando la Tierra y la Luna. El tiempo pasaba muy deprisa e intentábamos cumplir todas nuestras obligaciones. Hablábamos con la base cada veinticuatro horas y todo discurría con la normalidad programada.
Pero a medida que hacíamos kilómetros, las horas se hacían más largas y parecía que no llegáramos nunca. Al fin, después de casi trescientos cincuenta días, aterrizamos en Marte. Y fue entonces, cuando volví a tener aquella sensación, la que me dejó sin respiración unos segundos. Salí de la nave, y pude observar el espacio desde Marte, pisé el planeta rojo, fui la primera persona en hacerlo y me sentí el ser más afortunado del Universo. Todo iba bien, todo funcionaba correctamente y de repente no sé qué ocurrió, mis compañeros me gritaban por el auricular que me tranquilizara, que lo arreglarían. Me sentía bien, no tenía miedo, había logrado mi objetivo. ¡Estaba pisando Marte!
No sé cuánto tiempo estuve caminando, unos minutos posiblemente, hasta que me quedé sin aire. No obtuve las respuestas que buscaba, pero lo último que pensé fue, que sería el primer hombre que dejara sus huesos en Marte y que quizá, años o siglos más tarde “alguien” me encontraría

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