miércoles, 25 de febrero de 2015

RUMORES VECINALES

RUMORES VECINALES

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La campanilla de la tienda de ultramarinos de Don Benito tintineó, justo en el momento en el que, Don Benito y las hermanas Claudia y Andrea miraban fijamente la báscula comprobando el peso de los garbanzos.  Los tres giraron sus cabezas al unísono para ver cómo Doña Isabel entraba en la tienda.
 Doña Isabel saludó de mala gana.
   ¡Buenos días!
   ¡Buenos días!− respondió con una sonrisa Don Benito- enseguida estoy con usted
 Las hermanas se miraron y asintieron con la cabeza, a la vez que Claudia, guiñaba un ojo a su hermana, en un gesto de complicidad que Doña Isabel no percibió.
    Don Benito− dijo Andrea−nosotras no tenemos prisa, si Doña Isabel anda apurada de tiempo, puede usted atenderla.
Doña Isabel miró a las hermanas y con una ligera inclinación de la cabeza agradeció el gesto.
Cuando tintineó de nuevo la campanilla, tras la salida de Doña Isabel de la tienda,  las dos hermanas empezaron a cuchichear
    Estoy segura − dijo Andrea- lo lleva escrito en la cara
    No sé Claudia, quizá sólo sean rumores− contestó Andrea
    ¿De qué hablan señoritas? − preguntó Don Benito.
    ¿Es que no sabe lo que andan diciendo por ahí de Doña Isabel?, es imposible que no lo sepa − respondió Andrea
    Pues no, no lo sé − dijo Don Benito− me paso la vida en la tienda y aunque me entero de muchas cosas, de otras no.
    Pues verá − dijo Andrea bajando la voz − Hace un mes llegó una carta de Estados Unidos a nombre de Doña Isabel, me lo comentó el cartero cuando estaba colocando las cartas en los buzones. Ya sabe, una carta de tan lejos no se recibe habitualmente, y menos a ella, una mujer soltera que vive sola desde hace tantos años.
    ¿Y? − dijo Don Benito − puede ser de algún familiar que viva allí
    ¡Eso pensamos todos!, pero al día siguiente llegó otra carta de Estados Unidos con acuse de recibo de un bufete, de cierto renombre al parecer.
    ¡Pues será una herencia, qué suerte tiene! −  rió Don Benito mientras cerraba la bolsa de los garbanzos.
    Eso pensamos, ciertamente. Pero…… al día siguiente, se presentó un hombre en su casa. Muy elegantemente vestido y mucho más joven que ella. Estuvo en su casa más de tres horas.
    ¿Estuvieron observando por la mirilla?− preguntó Don Benito incrédulo.
    Bueno − se sonrojó Andrea − es un hombre muy atractivo. Y sentíamos cierta curiosidad. En fin, el caso es que ese hombre, desde entonces, no ha dejado de acudir a su casa todas las tardes. Vamos, que a la vejez viruelas.
    Yo no creo que Doña Isabel sea ese tipo de mujer− sentenció Don Benito.
    ¡Pues ya me dirá que hace un hombre yendo a su casa todas las tardes durante más de tres horas! − contestó Andrea un tanto airada.
    Eso a usted no creo que le incumba − respondió Don Benito − son veinticinco pesetas Doña Andrea
    Pues todo el barrio anda diciendo lo mismo, no crea que somos nosotras las únicas que pensamos que Doña Isabel tiene un lío − respondió Andrea a la vez que pagaba su compra −  el tiempo nos lo dirá, pero creo que no andamos equivocadas.
    Así sea, buenos días señoras −  despidió Don Benito a las hermanas
    Buenos días −respondieron al unísono mientras salían de la tienda algo enfurruñadas con el tendero.
 Doña Isabel nunca fue mujer de chismes de portería, y jamás dio explicaciones a nadie de su vida. Por lo que, el que un hombre joven y elegante visitara su casa todos los días, sin compañía de nadie, hizo que los rumores fueran en aumento.
 Tres meses más tarde, Doña Isabel preparó sus maletas, y del brazo del caballero salió por el portal.  Todas las vecinas la miraron con cierta envidia y curiosidad, pero ella, con la cabeza bien alta, las ignoró y se marchó sin decir adiós.
    ¿A dónde habrá ido Doña Isabel?− preguntó Claudia a Don Benito una tarde.
    Pues imagino que a vivir a otro sitio −  respondió con sorna el tendero
    ¡Ríase Don Benito!, pero irse a vivir con un hombre tan joven no está bien −  respondió un tanto airada.
    Pues yo creo que ella no es de su opinión Doña Claudia − dijo el tendero − Parecía feliz cuando la vi subiendo al coche.
    ¡No está bien Don Benito!, ¿A dónde iremos a parar? − respondió Andrea mientras se persignaba.


Lo que las hermanas no supieron nunca, pues Don Benito jamás se lo dijo, es que Doña Isabel estuvo casada cuando era joven y tuvo un hijo. Su marido, norteamericano, se divorció y se quedó con la custodia. Ella regresó a España y esperó durante años a que su hijo creciera y se hiciera mayor de edad para ponerse en contacto con él. 

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